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Mostrando entradas de enero, 2023

OLVIDAR

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    OLVIDAR   Durante muchos años, mi padre no comunicó a nadie sus descubrimientos. Un día, cuando yo ya tenía mi propio laboratorio de investigación, le pregunté que por qué no anunciaba los avances conforme los iba consiguiendo. —Mira, hijo, en este mundo estamos rodeados de envidia. Hay algunos que no están dispuestos a que los colegas hagamos progresar la ciencia sin ellos mismos apuntarse el tanto. Y creo que entiendo más el cerebro del hombre que el lenguaje que hay que usar ante una audiencia de sabios que procuran que tropieces y que te caigas. —Entonces, ¿cuándo hablarás a la opinión pública? —Por ahora no, ya sabes. Todavía no es el momento. Ya llegará, ya llegará... quizá en un par de años. Pero primero tengo que convencerme de que mi proyecto está suficientemente maduro. Ese era mi padre: un trabajador constante, un investigador de las células nerviosas que nunca podría dejar de seguir estudiándolas. En aquellos años estaba luchando por descubrir nuevos mét

EL HOMBRE SOLITARIO

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  EL HOMBRE SOLITARIO   Cuando volvió del trabajo, Ricardo se fue mirando en todos los espejos del pasillo. Entró en el cuarto de baño y, mientras revisaba su cara en busca de bolsas en los ojos, sintió un escalofrío: el armario donde Julia guardaba sus cremas de belleza estaba abierto. El caso es que tenía la seguridad de que no lo había dejado así cuando se fue. Además, la chica de la limpieza iba por las tardes, cuando él se iba al gimnasio. Nadie más entraba allí. Debía mantener la calma. Lo primero que hizo fue intentar controlar la respiración porque no quería que le estallara la cabeza con la fuerza de sus latidos. A partir de la muerte de Julia, Ricardo se había encerrado en sí mismo y se había apartado de sus amigos. La mayoría de sus días eran irrelevantes y no le quedaba más ilusión que su físico. Iba al gimnasio cada tarde, se cuidaba con mil cremas de belleza y se hizo adicto a los masajes. Cada día subía un selfi a Instagram con algún truco para potenciar la image

CAMPO DE CACTUS

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  CAMPO DE CACTUS   Martina enterró el cadáver un poco más allá de los matorrales que estaban detrás del cactus grande. Al principio comenzó a darle vueltas a la idea de matar a Sonia solo como un divertimento, una especie de pasatiempo para su mente, harta de trabajar en los problemas que su jefe le dejaba amontonados en las carpetas de su mesa. Luego, la idea fue creciendo en su cerebro. Aunque vivían juntas, Martina no quería Sonia. Pero no fue esa la causa por la que la mató. Sonia, por cierto, se había resistido a morir y Martina, que era más fuerte que ella, tuvo que apretar bien fuerte las manos alrededor de su cuello hasta que se convenció de que había dejado de respirar. Después vino la desagradable escena de montarla en el maletero, arrastrándola por el jardín, y llevarla hasta el camino de tierra, lejos de la ciudad. Allí hizo un buen hoyo en la tierra blanda y la enterró. La mató por su dinero, el que se negaba a compartir con ella, el que había heredado de sus padr

DECÍRSELO A LUCAS

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DECÍRSELO A LUCAS   ¡Qué mal rato! De los peores de mi vida. Luego dirán que una está en el cargo solo porque le gusta poner el culo en el sillón, pero aquí quisiera yo ver a los cagatintas esos de las narices, que son unos cuervos y quieren sacarte los ojos. ¡Que no te cruces, imbécil! Y va el tío y saluda..., gilipollas, se ve que me ha conocido. A la gente le gusta que conduzca yo y que no me lleve siempre el chófer del Ayuntamiento. Veremos a ver cómo se lo digo a Lucas. Pobre hijo, con la que ha pasado estos cinco días, ahora le llevo la guinda del pastel. ¡Qué mal rato, por Dios! Esteban tenía una cara de campeonato. Ya me decía mi padre que los hombres, cuando lloran, lloran desde más dentro que las mujeres. A lo mejor, con lo estirado que es cuando les da órdenes a los municipales, no había llorado desde la muerte de su padre. Pobre Esteban, se le salía el alma por los ojos y yo no sabía qué hacer, que hasta me ha dado apuro cuando se me ha abrazado para descansar, un tío

UN DÍA, EN UN TREN

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  UN DÍA, EN UN TREN Joana quería llegar a su casa cuanto antes, a su sillón. Quería jugar con su bebé y olvidarse de que no tenía dinero para nada, ni siquiera para pagar a la cuidadora o para calmar al casero con parte del alquiler. ¡Un desastre! Algunos días incluso se colaba en el metro o escribía en las servilletas de los bares lo que se le ocurría, porque no tenía ni para comprarse un cuaderno. Su familia, con la que se llevaba mal, había decidido que no la iba a ayudar y ella, desde que se divorció, había ido cayendo en una espiral de decepciones y desengaños hasta llegar a la depresión. En varias ocasiones había pensado en suicidarse... En los asientos de enfrente viajaban una mujer y su hijo. La madre estaba derrotada y volvían a Londres, como ella, para vivir seguramente en un suburbio lleno de gente poco recomendable. Sobre todo, para un chaval de unos nueve años, despierto, simpático y siempre sonriente. Cuando la madre se quedó dormida, el niño empezó a jugar con

CUANDO ESTABA PERDIDO

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    CUANDO ESTABA PERDIDO   E l mensaje era una nube de letras desordenadas, comas y espacios en blanco. El hombre pensó en un fallo de su reloj, quizá le hubiera entrado agua salada o lo hubiera golpeado contra el casco, cuando se quedó sin motor y el viento estaba maltratando su velero. Llegó a creer que iba a naufragar. Miró al móvil, vio el mismo texto y empezó a ponerse más y más nervioso. ¿Cómo podía ser que estuviera allí? Desde antes de que empezase la tempestad, no había tenido conexión a Internet. ¿Cómo podía haberse subido al servidor del Calendar? «Para eso —supuso el hombre— durante el rato que me he quedado dormido, el viento me ha tenido que acercar a la costa para que este trasto haya tenido cobertura de Internet. Así que no puedo estar muy lejos de una torre de telefonía». Faltaban dos horas para amanecer. No sabía su posición, porque ni el GPS, ni los sistemas de navegación por satélite le funcionaban. El barco se había convertido en un trozo de madera m