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Mostrando entradas de septiembre, 2021

La cuesta que baja hacia el río

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  La cuesta que baja hacia el río (900 palabras)     Tamara está nerviosa. Desde su escondite, detrás de los coches, puede ver cómo Mario, el chico de Blanca, no para de gritarle y le ha pegado un par de bofetadas a su amiga. No es hora de que ande la gente por aquella zona de la ciudad y menos por la cuesta que baja hacia el río, mal iluminada, con algunas farolas rotas. Pasan coches muy de vez en cuando. Las escasas luces se reflejan en un charco y en el agua que hay entre los adoquines del pavimento. El único sonido que se escucha en toda la calle es el de la discusión de su amiga con el muchacho. Aquello no es ninguna sorpresa para Tamara porque Blanca ya le había contado cómo era Mario: « una persona inestable, que igual ayer era el hombre más optimista del mundo, y hoy está depre total. Además, por si fuera poco, luego están las borracheras que se coge un día sí y otro no ». « Le pasa lo mismo que a Carlos, mi novio —piensa Tamara—. Pero lo de Carlos es todavía más grave porque

La ganadora se queda con todo

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    La ganadora se queda con todo     ¿Qué te pasa, Helen? ¿No puedes respirar bien? ¿Dónde sientes más dolor: en el pecho, en el estómago o en las piernas? Estás vomitando. Tienes calambres en los brazos; te vas ahogando. Sabes que te queda muy poca vida: quizá solo unos minutos. Conoces la causa, no te hagas ahora la sorprendida. Te temías algo así porque Tiffany y tú siempre habéis sido dos luchadoras. Dos buenas amigas, pero grandes competidoras. ¿La odias? Sí, la detestas. Le sonríes mientras la aborreces. Ella siempre te robaba a los chicos del instituto y se terminaba enrollando con los mejores. Solo por restregártelo, claro, porque, en realidad, le importaban un pimiento: ni siquiera le gustaban. Tenía que quedar en todo por encima de ti: en el deporte, en la ropa, hasta en las notas. Sacaba mejores calificaciones solo porque te sintieras inferior a ella. ¡Vaya manera de acabar la cena! Robin te propuso hacer una velada especial porque, después de un año, empezaba

Los dibus me miran [4.100 palabras]

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    Los dibus me miran     ¿Habéis visto alguna vez la tele con los ojos cerrados? Yo puedo. Los aprieto fuerte para que no entre ni una pizca de luz y me los tapo con las manos. Encojo mis piernas y dejo que mis lágrimas se escurran por mis dedos. Agacho la cabeza y la aplasto contra mis rodillas dobladas. A pesar de todo, puedo ver con claridad la pantalla. Sin mirarla. Estoy temblando. Me entero de todo lo que pasa. Y eso que la luz de mi habitación está apagada.   Los dibus se han detenido y se asoman a través del cristal de la tele como si fuera una ventana. Los protas de un montón de cuentos se fijan en mí desde el canal Disney. Son de diferentes his­to­rias, de programas distintos. Se observan entre ellos y me buscan a mí. Pero no me ven. Yo lloro detrás de la cortina, sentada en el suelo. Aquí nadie puede saber que estoy escondida.   Mis únicos amigos son los dibus. En el cole, los otros niños me hacían la vida imposible. Se metían conmigo y decían que mi madre era La Tacones

No sé dónde meterme (Relato experimental) [700 palabras]

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No sé dónde meterme   Me llamo Carlos Heredia Gómez. Tengo 47 años y creo que hoy me van a matar. Los de la banda de Abraham me la tienen jurada y se van a vengar de mí. Esta gente jamás exagera. Nunca hablan por hablar. ¿Habéis oído hablar de Crespo, el tullido? ¿Sabéis por qué se ha quedado sin piernas? Crespo no pudo devolver a tiempo el préstamo que le había hecho Abraham. Era algo relacionado con droga: unos kilos de hachís que le dejaron o no sé qué. El caso es que este pequeño traficante terminó devolviendo el chocolate , pero después de la fecha que habían acordado —si hubiera tardado un poco más, le hubieran dado matarile —. La gente de Abraham no perdona. Aquello acabó de un modo desagradable: una moto de las grandes, de las de cuatrocientos kilos, pasó unas veinte veces sobre Crespo. Lo derribaron y lo atropellaron hasta que el piloto se hartó de arrollarlo. Parece que, a la segunda pasada, ya había perdido el conocimiento y, cuando terminó todo, tenía los huesos

En la isla desierta [700 palabras]

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  En la isla desierta   Has tenido suerte, Damián: después de un impacto de este tipo, no es habitual no sentir ningún dolor en el cuerpo. El piloto, en cambio, está muerto. Algo metálico le ha atravesado el cuello. Cerca de él hay un montón de sangre. Tú solo te sientes muy cansado, tienes una fatiga que te recorre desde la coronilla hasta el último músculo de los pies. Quizá sea por la tensión que has pasado, Damián, que parecía que te iba a estallar el corazón.   Lo que te extraña es que primero se haya oído aquella pequeña explosión. Algo ha tenido que ir mal en esta vieja avioneta, la única que contrata tu empresa. Después, el motor ha dejado de hacer el ruido que acostumbra y el piloto te ha advertido que era necesario realizar un aterrizaje de emergencia. «Prepárese para el impacto —te ha dicho—. Ahí abajo hay una playa en la que podemos aterrizar sin mucho problema. La vamos a alcanzar sin motor, solo planeando».   El pulso se te ha acelerado. Tus músculos se han te