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Mostrando entradas de junio, 2022

Mirar en la estación

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  Mirar en la estación   Si sabes mirar, puedes aprender mucho de la naturaleza humana observando a la gente en una olvidada estación de tren entre Mariúpol y Kiev. Abre bien los ojos: quizá veas el rostro ilusionado de Natalia, siempre un poco antes de las siete de la tarde, cuando pasa el tren hacia la capital. O tal vez te fijes en Klara, que baja a las vías a ver llegar a los héroes. Cada día, hay muchos en la estación que los aguardan. Vendrán esta semana: el alto mando lo ha confirmado, pero nadie sabe cuándo, porque los rusos no están dejando pasar convoyes ucranianos. Ya no hay tranquilidad ni para los heridos o los moribundos. Dime, ¿qué ves en los ojos de Natalia? ¿No te das cuenta de que es una mujer enamorada, que ha sufrido un enorme shock cuando se han llevado al frente a su marido, Demyan? Quedan unos minutos. A Klara, a Natalia y a todos los vecinos les duele el cuello de levantar la cabeza y mirar a lo lejos. Quieren que pase el tiempo, que la máquina corra

Gracias por aguantar mis rollos

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  Gracias por aguantar mis rollos   De : LeoPerez_51@gmail.com Para : Ignacio_1950@hotmail.com Fecha : 20 marzo 2020, 21:16 Asunto : Gracias por aguantar mis rollos, después de tanto tiempo, Nacho.   Hola, Nacho: Me encuentro muy mal. ¿Qué quieres que te diga? Ojalá que tú estés llevando las cosas un poco mejor que yo. Desde la mañana que encontré muerta a Lorena, mi vida cambió radicalmente. ¿Qué te voy a contar a ti, Nacho, que has pasado por lo mismo?   León y Barcelona pillan muy lejos. Demasiado. Y si te escribo este email es porque necesito desahogarme para encontrar un poco de tranquilidad. Vale, que no te mereces este mal rato. Vale, que no puedes echar un cable porque las cosas son como son y han venido como han venido. Pero la amistad está para eso, Nacho. Yo creo que a un amigo se le pueden contar las cosas más raras y las más íntimas. ¿A quién si no? Da igual si hace tiempo que sabes poco de mí. No me quieren, amigo; no me quiere ninguno de mis dos h

Al amanecer en punto

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  Al amanecer en punto   «¿Habrá alguien detrás de la cortina?», pensó. Alex seguía sudando. Por la noche, pidió un calmante porque no era capaz de dormir. El sádico que se lo trajo tenía una sonrisa de medio lado que, de ser posible, él hubiera reventado. Al fin y al cabo, tampoco hubiera sido la primera mandíbula que hubiese destrozado a puñetazos. Para eso entrenaba con el saco en el gimnasio. Alex no solía ser violento. Siempre prefirió convencer al pringado de turno de que lo mejor era colaborar y dejarse llevar. Cuando era un chaval, le habían enseñado aquello de que “ningún jefe va a hacer nada por ti” y le gustaba utilizar aquel estribillo una y otra vez porque le daba buen resultado. Cuando algún gilipollas se le había puesto chulito, lo había mandado a que le reconstruyeran la dentadura. Se detuvo y se quedó mirando al cristal un momento para tratar de adivinar si había o no gente detrás de aquella cortina; pero alguien tiró de él, qué más daba quien fuera, y lo hiz

Maldito perro

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  Maldito perro   Hasta que sucedió todo, yo nunca había visto una persona con el cuello cortado. Si tengo que deciros la verdad, tampoco me impresionó demasiado. La sangre empapó las sábanas y goteó en la moqueta como se esparce la de un ternero por el suelo del matadero. Resultó todo un poco asqueroso.   Nos parecíamos tanto, que a mi primo y a mí nos llamaban los gemelos. Él, Braulio, siempre fue un necio. Yo había logrado varias veces que hiciese cosas que no le convenían, como cuando montó una librería en mi almacén. No fue inesperado que resultase ser un torpe con las ventas. Así perdió lo poco que le había dejado su madre, mi tía Rosa. Para mí, en cambio, se trató de un negocio redondo porque me pagó el alquiler durante tres años y, al final, conseguí ganar una buena pasta con la venta del local. Dada mi costumbre de gastarme el dinero en chicas selectas y en cocaína, rápidamente me encontré sin un euro y mi madre, a quien la tía Rosa le había dejado casi todo, se neg