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Mostrando entradas de agosto, 2022

LA INVASIÓN (TÍTULO ABREVIADO)

  Para el tema “surrealismo cotidiano” La invasión o el ejército doméstico o de cómo reaccionó doña Puri ante los imprevisibles sucesos ocurridos en nuestra vivienda y de lo que acaeció cuando me preparaba el examen de Procesos Estocásticos y tenía la pata quebrada . Que no digo yo que sí, pero igual es que no se podía hacer otra cosa que lo que hice: mirar el espectáculo. Poneos en situación. Dos días después tenía un examen de Procesos Estocásticos, una de cuarto, de las duras. Pues claro, yo estaba con mi escayola en el salón, en un descanso del estudio, que para eso me habían pasado la trilogía del Padrino y tenía que devolverla al día siguiente. O sea, con la agenda llena. Y oí a Óscar, ese superhombre, dando un alarido desde su cuarto: —¡Nos invaden, nos invaden! ¡Socorro!        Eva y Marta hicieron lo único que podían hacer. Se pusieron unos pasamontañas negros (conjuntados con sus pantalones de deporte), unas toallas en el pelo (que parecían que se estaba

Mirar al mar

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  Mirar al mar «¿Qué estarás haciendo ahora? Quisiera tenerte conmigo y matarte a besos», pensaba Fátima. Le gustaba sentarse en un banco, junto al espigón, para ver cómo iban y venían las olas.   Como cada día, estuvo un buen rato mirando lejos de la playa, donde acababa el mar, y dentro de su memoria, donde guardaba sus recuerdos. Allí volvía a crecer junto a su hermana Myriam, la de los cabellos negros, la sonrisa blanca, los juegos y las risas. Doce años antes, las dos se habían casado con los hombres que eligieron sus familias. Fátima y su esposo vinieron a España; su hermana se quedó en Tánger, viviendo peor que ella porque, en un mal negocio, su marido se arruinó. A pesar de todo, las dos eran felices. Se llamaban diariamente y les gustaba oírse y reírse juntas. Un día, Myriam le anunció que estaba embarazada. «Es lo que siempre he deseado. Cuando nazca el niño, seremos una familia completa». Muy pronto, su marido decidió que vendrían a España para buscar un futuro mejor

DESPEDIR A MARÍA

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  Despedir a María   —No te quejes, payo —me dijo el gitano—. Maldita la gracia que nos hace que tú estés aquí ahora mismo. Pero la mama quiso que te buscáramos cuando ya estuviera muerta, que vinieras a despedirte con ella en el arca. —Pero… —Ni peros, ni hostias. Si la mama dijo que vinieras, tú aquí que estás… callaico y tó , pero aquí. A lo mejor quieres rezar un poco por ella. Mi papa nos dijo que la mama había llegado entera a la noche de bodas, así que se ve que, p’á ser un payo, tienes que ser un tío cabal. Me dijeron que entrara. La casa era amplia, mucho más de lo que uno se podía imaginar desde fuera, con un gran patio lleno de macetas. Había muchísima gente: nietos, vecinos, los cuatro hermanos del marido con sus familias y otros del clan. Hasta me presentaron a un hombre mayor que era lo que nosotros llamamos patriarca y ellos llaman tío: el tío Eugenio. Pocas cosas se mueven entre los gitanos de Cádiz si no les da su conformidad alguien como el tío Eugenio u o

UN PEQUEÑO IMPREVISTO

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  UN PEQUEÑO IMPREVISTO Delante del casino había un parque y en el parque había bancos donde se sentaban los perdedores a llorar su mala suerte y a lamentar su ruina. Allí también había un estanque con patos; un estanque donde un día flotó el cuerpo de una muchacha joven. Nadie conocía su nombre ni su origen, pero todos sabían en Lyon a qué se dedicaba. Por el parque pasó Nicholas, chipriota; un adicto al juego que se había arruinado muchas veces. Aquella noche había ganado setenta y dos mil. Tenía la cabeza gacha, el cuello encorvado mirando al móvil y estaba nervioso mientras esperaba una llamada. —¿Solo setenta y dos? —dijo la voz de Skënder—. Te había dicho ciento cincuenta mil. ¿Por qué me tengo que conformar con tan poco? Vuelve dentro y consigue lo que te falta. —No puedo, de verdad que no puedo. No bastaron las explicaciones: —Soy bueno con las cartas, ya lo sabes, pero soy ludópata. Cuando iba ganando más de cien mil, he empezado a perder. Ahora me quedan setenta

LAS VOCES

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  LAS VOCES   —¿Y has oído muchas veces esas órdenes en tu cabeza? —Las oigo desde que era un niño. Hace una semana o así volví a oír que me mandaban que actuase rápido. Le dolían las esposas. Tenía las muñecas demasiado grandes para lo apretadas que se las habían puesto. El aire acondicionado era una mierda, una mierda ruidosa. «Vaya asco de comisaría», pensó. «Ser policía es de gilipollas. Ganan cuatro perras, se juegan la vida con gente como yo y trabajan en establos como este». El comisario en persona llevaba la investigación. El crimen era demasiado sangriento y morboso. Miró a los ojos de Charlie: era un puto crío universitario, un chaval que había cortado el cuerpo de un desconocido hasta dejar trozos del tamaño de un paquete de tabaco; un aquelarre de sangre. Y, ahora, estaba allí, tan tranquilo, como si nunca hubiera hecho nada malo. Algo le decía al comisario que Charlie mentía, que no oía ninguna voz; que era un asesinato premeditado, pero no sabía decir qué es

Feliz cumpleaños, John

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  Feliz cumpleaños, John —¿Está dentro mi hijo? Decidme, ¿está dentro John? —gritó la mujer. Rose no podía dejar de llorar mientras juntaba las manos y miraba hacia lo alto. Estaba segura de que su hijo, que hoy cumplía veintidós años, se encontraba dentro del edificio. Había dejado de llover y soplaba un viento de los que rebotan en los huesos y muerden en el alma. Rose no temblaba por el frío, sino por su hijo, por el miedo a que lo mataran. En aquel barrio, hecho de casas de delgadas maderas, todos se conocían, todos sabían quién era John y quién era su madre. Y todos sabían de las dificultades que el hijo había tenido en la convivencia con el padre hasta que este se fue. El joven, cuando descubrió que su padre se había marchado, pareció enloquecer. Detrás del cordón policial, los paramédicos sacaron dos chavales más. La chica solo tenía un ataque de nervios. Al muchacho todavía le quedaban ánimos para intentar ocultar su herida, en el hombro izquierdo. Al poco rato, en