LA INVASIÓN (TÍTULO ABREVIADO)
Para el tema “surrealismo cotidiano”
La invasión o
el ejército doméstico o
de cómo reaccionó doña Puri
ante los imprevisibles sucesos ocurridos en nuestra vivienda y de lo que acaeció
cuando me preparaba el examen de Procesos Estocásticos y tenía la pata quebrada.
Que no digo yo que sí, pero igual es que no se podía hacer
otra cosa que lo que hice: mirar el espectáculo.
Poneos en situación. Dos días después tenía un examen de Procesos
Estocásticos, una de cuarto, de las duras. Pues claro, yo estaba con mi
escayola en el salón, en un descanso del estudio, que para eso me habían pasado
la trilogía del Padrino y tenía que devolverla al día siguiente. O sea, con la
agenda llena.
Y oí a Óscar, ese superhombre, dando un alarido desde su
cuarto:
—¡Nos invaden, nos invaden!
¡Socorro!
Eva y Marta hicieron lo único que podían
hacer. Se pusieron unos pasamontañas negros (conjuntados con sus pantalones de
deporte), unas toallas en el pelo (que parecían que se estaban disfrazando de jinetes
del desierto) y se colocaron sus guantes de lana.
Óscar hizo lo único que podía hacer:
abrió la puerta del piso y gritó en el descansillo:
—Nos invaden, nos invaden. Protegeos
del alien que nos ataca.
Y yo hice lo único que podía hacer. Le di al pause y le grité a Óscar:
—Pero, coño, tío, si estamos en un
sexto piso. ¿Cómo cojones nos van a invadir por tu habitación? ¡Como no hayan andado
por la fachada como Spiderman…!
Después rebobiné los dos minutos del Padrino que no había visto, le di
al play y subí la voz de la peli. Aquello era un guirigay increíble.
Gritos, llantos, Óscar tirándose de los pelos, don Corleone amenazando desde la
tele, las chicas retocándose la línea de los ojos, los vecinos voceando por la
escalera… y doña Puri, la del quinto, subiendo y gritando sin parar:
—Ya sabía yo que esto iba a pasar algún
día. Ya lo sabía...
Por si alguno no lo tiene claro, os recuerdo que aquella
señora debía tener ochenta o noventa o cien años y que vino al mundo con unos
pulmones y un vozarrón incomparables.
Entonces, hizo lo único que podía hacer: gritó como una descosida
mientras subía por las escaleras —le tenía miedo al ascensor— y alertaba a los
pocos de la comunidad autónoma andaluza que todavía no se habían enterado de
que nos habían invadido por la ventana de Óscar.
Mala suerte. Peligro. Tensión sin límites.
El ejército que decidió abrir la puerta de la habitación para
reconquistarla estaba encabezado por Eva, la morena. Iba armada de la fregona, que
era un arma medieval especializada en la expulsión de invasores. Marta, que actuaba
con rapidez, dejó la escoba junto a la puerta y fue a por la cámara de fotos; todo
esto, sin dejar de repintarse las uñas; allí, de pie, ante el peligro.
Doña Puri volvió a contarnos historias de la guerra, que
nunca supimos en qué lado cayó, y eso que siempre estaba hablando del treinta y
seis. Como es natural, intentaba alentar a la tropa enarbolando el recogedor.
Y Óscar, pobrecito, hizo lo único que podía hacer: fue al
salón, sin parar de gritar, me obligó a dar de nuevo al pause y se subió
a una silla. Que digo yo que para qué se subía a nada, dado el tipo de invasión
al que se enfrentaba nuestro piso de estudiantes del Camino de Ronda.
Oí los ecos del combate. La batalla debió de ser muy sangrienta.
Se oyeron armas golpeando paredes y un «no, por favor, que no te muerda, que vas
a pillar la rabia».
Os juro que pude ver las fotos que hizo Marta, cuando todo
pasó, y me descojoné de lo que me contaron (y de Óscar, claro). Había
muchísimas; todas las que cabían en una tarjeta de las que usábamos entonces.
La única que mantuvo la calma, porque gritaba un poco menos
fuerte, no porque no estuviera nerviosa, era Doña Puri, en la retaguardia. Y
ella fue la primera en hacer la observación:
—Este niño es un necio.
También lo podía haber llamado bobo o estulto y hubiera sido
más precisa, pero prefirió emplear palabras que nuestras entendederas pudieran
comprender.
Hizo un movimiento rápido con el badil, que parecía que toda
su vida había estado jugando al béisbol, y abrió de un solo golpe la ventana. Después
se acercó al descomunal invasor dando mandobles, sin escudo y repitiendo a las
chicas:
—Dejadme sola, leche, que este Óscar
es gilipollas. ¡Mira que cerrar la ventana y salir corriendo…!
Ahora que han pasado años y que el incidente se resolvería llamando
al ciento doce, a la policía montada del Canadá y a los bomberos, nos reímos de
todo aquello; pero hay que sentir el miedo que pasaron Óscar y los vecinos hasta
que Doña Puri consiguió hacer que el pequeño murciélago saliera volando por
donde se había colado…
Y yo, pobre de mí, con mi pierna rota, me tuve que quedar toda
aquella noche viendo las tres partes del Padrino y suspendí el examen de
Procesos Estocásticos, como era de esperar.
Y es que la carrera de Matemáticas es dura de co…, co…, compañeros,
espero que este relato os haya gustado. Otro día os cuento alguna otra cosa del
piso del Camino de Ronda.
Por ejemplo, ¿sabéis lo que pasó cuando…?
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