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Mostrando entradas de marzo, 2022

Las simultáneas

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  Las simultáneas   Quizá os interese saber, o quizá no, que su vida cambió el día en que dijo: —Abuelo, quiero que me enseñes a jugar al ajedrez. El abuelo lo miró con cara de asombro y con orgullo. Al fin y al cabo, había enseñado a los demás críos y que uno de ellos, uno más, se lo pidiera, era una prueba de la confianza que tenían en él, ya mayor. Aquella era una familia amplia en la que los nietos se educaban con los abuelos, los primos crecían juntos y los hijos aprendían tanto de sus padres como de los tíos, porque todos se sentían responsables de todos. Quizá os interese saber, o quizá no, que Jesús, a pesar de las evidentes dificultades que tenía y de las cuales todos eran conscientes, aprendió a jugar al ajedrez de la mano de su abuelo. Tendría unos doce años. Y se le daba tan bien, a base de trabajar más que los demás, que transcurrido un tiempo, ya le ganaba a su propio maestro. —Es que no había visto dónde estaba esa pieza —protestaba de vez en cuando. —¡Vale, abuelo, no i

La mano de la alianza

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La mano de la alianza Sara y Pablo estaban en el sofá, viendo la tele. Pablo agarró con desgana la mano de su esposa con los ojos puestos en la serie. —¿Te has cambiado la alianza de mano? —dijo, sin mirarla. —Sí. Ya ves. —¿Y eso?  Pablo no estaba haciendo mucho caso a las imágenes. Prefería repasar el color gastado de la pintura del salón y le parecía un poco deprimente. «Me da pereza volver a pintar» —pensó. —Ya estaba cansada de llevar la alianza en la mano derecha. ¿Sabes? Todavía soy joven para resignarme a hacer siempre lo mismo. Puedo cambiar. Sí. Todavía puedo. ¿No crees? Pablo asintió. Sara era aún joven y guapa. Veinte años de matrimonio no habían pasado por ella. Era una mujer encantadora. Bebió un sorbo de su cubata y le ofreció unas almendras a Sara. Ella sonrió con tristeza. —No creo que esto tenga arreglo, sinceramente. —¿Te refieres al coche? —… —Mujer, el coche está viejo, lleva muchos kilómetros recorridos, pero nos hace un apaño. —Eso es lo malo. —¿Lo malo? ¿Por qu

Brígida y Marcial

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Brígida y Marcial   —¿No te habías muerto? —le dijo a Brígida. —Sí, estoy muerta. Sí. —Y entonces ¿qué haces aquí? —preguntó Marcial, extrañado—. Tú, donde tendrías que estar es en el infierno ¿no? Al fin y al cabo es lo que te mereces, por tu avaricia, por tu egoísmo. Porque nunca diste un duro para ayudar a nadie. Brígida fue la mujer más fea que vivió en Solazno. Hasta primeros de siglo, aquellas casas estaban habitadas por cientos de personas. Pero ahora, aparte de Marcial y de los lobos que bajaban de vez en cuando por las torrenteras, la aldea estaba casi vacía. Una de las últimas mujeres de Solazno fue Brígida. Pero ella no se fue a Alicante o a Gandía, como los demás. Se marchó al otro mundo: había dejado una nota de suicidio y desapareció. Nunca encontraron su cadáver. Marcial estaba desolado viendo cómo Brígida era tan avara que permitía el sufrimiento de Elena, la sobrina de aquella mujer, una pequeña muñeca de seis años. La niña tenía una enfermedad rara, que

Pablo y ella

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  Pablo y ella   Pablo se acercó a la chica. Mirando hacia los aseos, los señaló moviendo la cabeza: —¿Suele tardar mucho? —preguntó. De pronto, se fijó en sus labios: —Tiene épocas peores —dijo ella. El chico afirmaba con la cabeza mientras levantaba las cejas, en silencio. —A veces se entretiene un buen rato —. Y lo miró durante unos segundos. Era una especie de aclaración con la que le decía tenemos tiempo para hablar antes de que venga , o algo parecido. Pablo le hizo un gesto al camarero con dos dedos. Después señaló a la chica y luego a sí mismo. El camarero sonrió e hizo el signo del pulgar hacia arriba. —Ahora está bastante bien. Es un Crohn —aclaró la chica. Pablo se entretuvo con una sonrisa. —De modo que, por fin , estás bronceada. —Y tú sigues tan paliducho. —Es importante estar bronceada. Es esencial para tu vida … La chica lo miró abriendo las aletas de la nariz, como si algo oliera mal. —¡Vete a mierda! —dijo. —… —¡O al piso! Que viene a