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Mostrando entradas de septiembre, 2023

VENECIA

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  VENECIA               Una criada me contó que Pablo, cuando Vene volvió del cole aquella tarde, le gritó, le arrancó la muñeca de trapo que traía y, como no era capaz de destrozarla, la tiró con rabia a la chimenea del salón. En cuanto pudo, Vene corrió a buscarme y se abrazó a mis piernas, pero solo me dijo que estaba llorando porque había oído a un hombre con la voz de mi marido.             Supe que era Carlos y empecé a sudar. A pesar de los calmantes que me daba Pablo, me temblaron las manos, me entró una especie de ahogo y noté una punzada en el vientre.             —Estaba ahí al lado, en la parada del autobús —me dijo.             —¿Y te ha hablado de mí? ¿Está bien? ¿Qué te ha contado? ¿Tiene buena cara?             —No lo sé, no sé qué cara tenía. —Al notar mi extrañeza, me explicó: —Llevaba una máscara, mamá, pero estoy segura de que era él.             —¿Una máscara? ¿Como las de los carnavales del cole?             Ella respiró hondo, se secó los mocos de

EL MENSAJE

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  EL MENSAJE   Álex apareció en la cantina con una botella que había encontrado en la playa. Venía con la respiración entrecortada, sudaba y olía a ropa empapada. Nosotros cuatro, jubilados, nos acercamos con curiosidad: era una botella verde, contenía un papel doblado. El chaval se imaginaba que era el mensaje de un náufrago. Nos miramos, y cruzamos una sonrisa. Por supuesto, rompimos la botella e intentamos leer la nota. Era extraña. —¿Qué pone aquí? —dijo Carlos. —¿Qué lengua es esta? ¿Lo sabéis alguno? —dijo Marcos, el más joven. Empezamos a llevarnos la contraria: Matías decía que era sueco; Carlos, que polaco. Marcos y yo pensábamos que había demasiadas consonantes para ser palabras de una lengua, por muy extraña que fuera. Aquello era un galimatías. Parecía una especie de mensaje cifrado. Marcos le hizo una foto, la subió a su Twitter y explicó cómo nos había llegado la nota. Alguien la pinchó en un corcho, volvimos a nuestra partida y durante un buen rato nos olvi

NANA FRIDA

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  NANA FRIDA   Mi vecino LuisMi me contó entre risas que podía oler los colores. Yo había bajado varias veces al primero B, que era donde vivía mi amigo con una hermana que ya nació vieja y que se llamaba Nana Frida. Nana Frida hablaba mal el español, había intentado besarme en el ascensor en varias ocasiones y siempre llevaba chanclas. A LuisMi le tenía mucha envidia porque yo solo podía oler los sentimientos de los demás y eso no tiene nada de espectacular. Cuando pensaban que no los oía, los vecinos decían que yo era retrasado. A mí no me importaba, pero LuisMi me daba pena porque siempre estaba en su silla de ruedas y usaba gafas gordas. Además, confundía los olores de las cosas verdes y las cosas rojas. Un día llegué a oler el miedo de mi padre. No me lo podía creer, porque estaba convencido de que los padres no podían llorar nunca, porque son padres, y me puse tan nervioso como cuando se murió mi hámster. O casi. Aquella tarde Nana Frida y yo entramos en el ascensor a l