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Mostrando entradas de septiembre, 2022

La aldea crece

  La aldea crece   El crío que había llegado esa misma tarde a la aldea estaba tumbado en medio de la plaza, con la cara blanca. Tenía un poco de sangre en las rodillas y a su alrededor había varios abuelos, que estaban alarmados. —Se ha caído redondo, tío Antonio —dijo uno de los chiquillos. Los cinco chicos que vivían en la aldea estaban insoportables por la alegría de tener un nuevo amigo. Entraban y salían sin parar del pequeño bar de la plaza. «Que si ahora pasan tres o cuatro a esconderse, que si se meten en el servicio, que si “un vaso de agua, por favor”; el caso es dar por saco…» —pensaba el dueño del bar, el tío Antonio. De repente, las risas se habían callado; y él, que se sentía alcalde pedáneo, salió a ver qué pasaba: —¡Trae azúcar, Andrés! Entra cagando leches a la tasca y me traes dos o tres sobres de detrás de la barra ¡Este crío tiene una bajada de azúcar! — le gritó a uno de los chavales. Estuvo un rato agachado, dándole palmaditas en la cara, mientras

El corazón del invierno

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  El corazón del invierno   A Marta no le quedan más lágrimas. Se recoge el pelo en un moño y va al patio de atrás, a traer más leña. «Tengo que decirle a Laureano que tiene que cortar más. Con el frío que hace, la chimenea está acabando con el montón que teníamos antes de que empezara el mal tiempo», piensa. Sigue nevando. Hoy no cae tanta nieve como ayer, ni como anteayer, «¡que vaya días que llevamos…!». Cuando Laureano no se puede mover de la casa, parece un animal enjaulado. Va del salón al dormitorio, se pone la ropa de trabajo, luego se la quita, enchufa la tele, se aburre y la apaga, sale a la leñera y vuelve sin nada, de aquí para allá, de allá para acá…, sin ir a ninguna parte. Laureano tiene las manos muy grandes y los surcos de su cara son muy profundos. Son las arrugas de los años, del frío y del dolor que le causó Marta cuando se lo contó, al volver del pueblo. «Y a decía yo que bajabas demasiado por allí» , fue todo cuanto le reprochó. Y ya no han vuelto a habl

Jimeno, en Argel

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  Para el tema “dolor físico”   Jimeno, en Argel Decían que lo peor que les podía pasar a los hombres era que los condenaran a galeras; que el sufrimiento, cuando los amarraban a un remo para seguir el ritmo impuesto y para ser golpeados por los marineros, era insufrible. Y así continuaban hasta la muerte o hasta que los arrojaban al agua, cuando estaban demasiado débiles. Por eso, Jimeno respiró, aliviado, cuando lo compraron para la casa de un funcionario en el mismo Argel, al pensar que tenía mucha suerte porque se había librado de morir en galeras. ¡Qué equivocado estaba! Jimeno nació en un pueblo de la costa de Málaga. Su torre, bien construida, era suficiente para avisar a todos cuando los berberiscos se acercaban a la playa. Si alertaban de un solo barco, se apresuraban a defenderse, cosa que solían lograr; pero, si eran varias las naves que se aproximaban, debían abandonarlo todo, correr hacia el interior y dejar que los piratas saquearan sus casas y sus bienes. Sin

EL MOMENTO EUREKA

  Tema de la semana: Eureka EL MOMENTO EUREKA Allí, delante de la puerta del servicio donde los de cuarto zurraban de vez en cuando a los más pequeños, Matías se preguntaba que cómo era posible que hubiera llegado a esa situación. Leía la rabia en la mirada del niño más alto de los tres, la súplica en la de Clara y el miedo en la del Colalo; el esmirriado, el cojo, que se le cayó a su padre de las manos recién nacido. Juan Colalo Calviá era el gilipollas más odioso de todo primero, la había tomado con Clara y le hacía la vida imposible desde Primaria. Matías había llegado al pueblo con el curso ya empezado; pero al poco tiempo se había convertido en el chico más popular de Secundaria y eso que el resto se conocía desde infantil y sus familias eran amigas de toda la vida. Con la mala leche que tenía el Colalo, enseguida le puso el mote del Eureko, porque se pasaba los recreos con Clara, la Eureka, a la que apenas le hablaba la mayoría. Casi todos la tenían por la empollona, la única qu

El fuego de la deuda (Relato con condiciones)

  El fuego de la deuda —Ha muerto el señorito, Salomé, no te imaginas el disgusto que traigo —dijo Martín—.   Está colgado del cerezo grande. Don Matías ya ha llamado a la guardia civil y ha venido una ambulancia. Dejó la escopeta en la alacena y se sentó en una silla, con la vista como perdida. Salomé lo miró intentando leer en su mente: —¿Ahorcado? ¿Y a santo de qué se ha quitado la vida? Además, con el hijo de Don Matías en la casa… Él levantó las cejas e hizo un gesto con la boca. —Y yo, ¿qué coño sé, mujer? —dijo Martín—. Me lo preguntas como si yo tuviera estuviera enterado de la vida de ese hombre… Cuando se supo en el pueblo, ese mismo día, nadie lo podía creer. Don Andrés era un señor mayor, viudo y jubilado, que venía a la finca con amigos varias veces al año. Cazaban, pescaban, bebían y jugaban a las cartas. Aquellos días a Salomé y a Martín les tocaba mucho trabajo, por eso estaban deseando que se fueran cuanto antes y los dejaran en paz. Por una vez, solo hab

LA SÉPTIMA MALDICIÓN

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  Para el tema “ siete ”   LA SÉPTIMA MALDICIÓN   —¡Pobre Raifa! —dijo Saitu. —¿Era bonita, abuelo? —Era hermosísima, la más bella de mis mujeres. No sabéis cuánto. Al anciano se le saltaban las lágrimas cuando sus nietos le pedían que les contara la muerte de Raifa. Habían pasado muchas crecidas del gran río y los hombres de todo el país habían decidido inventar aquella historia para ocultar la humillación que había tenido el ejército a manos de un grupo de esclavos malnacidos. «Nosotros, como dueños y señores de sus vidas, deberíamos haberlos exterminado en vez de enfrentarnos con ellos y morir. Fue un error de estrategia del Faraón, Horus en la tierra». —Y, ¿por qué se fueron los esclavos? A Saitu, le había resultado incomprensible. —Los primogénitos tenían el privilegio de dormir en las plantas bajas. Vino una pestilencia del norte, unos efluvios pesados, pegados al suelo. Anubis decidió llevarse a los que descansaban sobre Gueb, dios de la superficie de la ti