EL MOMENTO EUREKA

 Tema de la semana: Eureka


EL MOMENTO EUREKA

Allí, delante de la puerta del servicio donde los de cuarto zurraban de vez en cuando a los más pequeños, Matías se preguntaba que cómo era posible que hubiera llegado a esa situación. Leía la rabia en la mirada del niño más alto de los tres, la súplica en la de Clara y el miedo en la del Colalo; el esmirriado, el cojo, que se le cayó a su padre de las manos recién nacido. Juan Colalo Calviá era el gilipollas más odioso de todo primero, la había tomado con Clara y le hacía la vida imposible desde Primaria.
Matías había llegado al pueblo con el curso ya empezado; pero al poco tiempo se había convertido en el chico más popular de Secundaria y eso que el resto se conocía desde infantil y sus familias eran amigas de toda la vida. Con la mala leche que tenía el Colalo, enseguida le puso el mote del Eureko, porque se pasaba los recreos con Clara, la Eureka, a la que apenas le hablaba la mayoría. Casi todos la tenían por la empollona, la única que supo contestar a la profe cuando les contó lo de Arquímedes y la bañera.
Clara estaba hecha una Marilyn con la cara un poco más redondeada y, a sus trece años, era evidente a quién le iba a robar el físico en cuanto creciera. Matías, el hijo de un guardia civil recién llegado, era fuerte y sabía caer bien, aunque, cuando se cabreaba, cosa que ocurría muy de vez en cuando, gritaba sin control y parecía un perro rabioso.
Si alguno del grupo quería que el Colalo le hiciera la vida imposible, a él también, solo tenía que acercarse a esos dos pringaos en un recreo. ¡Pobre Juan Calviá! Cuando nadie lo veía, lloraba por su cojera —qué culpa tenía él de la torpeza de su padre—. En cuanto se le pasaba, se ponía a insultar como un loco a quien fuera: a uno de la clase, a un alelao de tercero o cuarto, o incluso a alguna profe de lágrima floja.
El jefe de estudios estaba harto de tener que aguantar a un demonio como aquel y de soportar quejas de padres y profesores. «Vaya castigo que me ha caído, ahora que me quedan tres años para jubilarme».
El caso es que allí estaba Matías, delante de los servicios, y que el más alto de cuarto, con los puños apretados y clavándole la mirada, lo estaba amenazando:
—Mira, pardillo, no te metas donde no te llaman. Si no nos dejas que le arreemos al Colalo, te vas a cagar. Somos tres contra uno, por muy fuerte que seas.
—¿Tan gilipollas eres, Eureko? —dijo otro, remarcando el mote—. Sabemos que no para de meterse contigo y con tu novia, ¿a qué coño viene ahora defenderlo?
El martes, Matías faltó a clase; el miércoles, también. No volvió a ir por el instituto hasta el jueves, todavía con dolores por todo el cuerpo, pero con el orgullo bien alto porque su padre lo había felicitado por defender a un esmirriado; aunque fuera el peor del centro y estuviera medio loco.
—No lo entiendo, tío —le dijo el Colalo en el recreo—. ¿Tanta pena doy? ¿Por qué me defendiste el otro día y te llevaste la paliza si venían a por mí?
Matías miró primero a Clara, que estaba a su lado. Después lo miró a él:
—¿No lo entiendes, Juan? ¿Todavía no te has enterado de que eres de los nuestros? Tú nos podrás hacer la vida imposible a los demás, te juro que muchas veces he pensado en darte una buena hostia con la mano abierta; pero, los de nuestra clase somos amigos, aunque tú no quieras, aunque te empeñes en odiarnos. ¿Sabes? A quien odias, en realidad, es a ti mismo; nosotros somos tus amigos.
Juan, en aquella mirada de su compañero, tuvo su momento Eureka, porque descubrió de repente que la amistad es, sobre todo, una decisión. Aprendió que hay que estar dispuesto a hacer lo que haga falta por quien consideras de los tuyos, o a pasar por donde haya que pasar.
Por descontado, no volvió a permitir que ni a Clara ni a Matías los llamaran por sus motes y empezaron a ponerlo de portero en los partidillos de los recreos. El jefe de estudios, al mirar a los críos jugando, se preguntaba que qué había pasado para que las cosas cambiaran de esa manera.
Y es que aquel profe, ahogado en papeles, ya estaba mayor para enterarse de la vida de su instituto.
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© Guillermo Arquillos
2022/09/12

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