Entradas

Mostrando entradas de julio, 2022

Nosotros estábamos antes

Imagen
Nosotros estábamos antes Mario llevó a la chica para que le curaran un corte que se había hecho cuando preparaba la cena. El chaval estaba sudando y se frotaba las manos sin sentido. Eran un par de críos, todavía no tenían dieciséis años, se habían escapado de sus casas y estaban viviendo como ocupas, escondidos. Una ambulancia que llegó en aquel momento trajo a Joaquín, un hombre que había tenido un accidente de moto. Al caer, un quitamiedos le había cortado el brazo derecho a la altura del codo.  Pasada una media hora, Mario se acercó al mostrador: —¡Eh! Pedazo de gilipollas, que no somos estatuas —gritó—. Llevamos aquí un buen rato y ningún médico ha visto a Bea. ¿Es que queréis que le pase algo? El funcionario levantó la mirada y vio odio en los ojos del chico. —Espere su turno —fue todo lo que le dijo. Mario se inclinó por encima del mostrador y lo agarró por el cuello. Le cortaba la respiración mientras, sorprendido, abría los ojos como si buscara el aire que le fal

DE NO SE SABE DÓNDE

Imagen
DE NO SE SABE DÓNDE No tenía ningún uniforme especial, pero se veía que era un profesional por la manera en que corría, recortaba ramas del suelo y por cómo golpeaba con ellas las llamas, sin descanso, sin respiro. Gritaba para ponernos a nosotros en marcha. Nos daba órdenes, aunque nadie lo había puesto al mando. —Tú y tú, id a aquella parte. Golpead la base de las llamas con las ramas. Tened cuidado. —¿No sería mejor bajar a las casas a por cubos? —preguntó uno. —Ni hablar —dijo—. No da tiempo. Las llamas cruzarían la carretera y vuestra urbanización quedaría destruida. La verdad es que yo no entendía muy bien cómo podría atravesar el fuego una distancia tan ancha y sin vegetación, como era la carretera asfaltada. Pero confiaba en él, porque transmitía seguridad en lo que hacía: era el único que sabía de qué forma actuar. Tendría como unos treinta años. Era moreno, alto, de constitución fuerte. Se veía que estaba en buena forma física. Había aparecido allí, no sabíamos cómo, para ayu

Para ti. Solo para ti.

Imagen
  Para ti. Solo para ti.   Todos los ciudadanos recibíamos tres clases de fichas de instrucciones. Se imprimían en cartulina reciclada: las rojas eran mensuales, las amarillas semanales y las verdes diarias. Cada mañana había que pasar por uno de los grandes terminales, los que estaban situados en los pasillos de cualquier edificio oficial. Debíamos mirar por el visor, para que la máquina reconociera nuestro iris, y pulsar las teclas ALT+F. Entonces imprimían las órdenes personalizadas. Para ti. Solo para ti . (Ese era el lema). El Cerebro Total lo regulaba todo: lo que nos servían en los inmensos comedores, lo que teníamos que beber, cuánto teníamos que dormir o a qué hora debíamos ir al servicio a vaciar el intestino. Por supuesto, a todos los que teníamos una pareja asignada —que éramos la mayoría—, nos prescribía los minutos que debíamos tener de ejercicios íntimos y lo que podíamos o no podíamos hacer en el transcurso de los mismos. Toda la vida estaba regida por el Ce

Iris a todas horas

  I ris a todas horas Los clientes habían dado a Darío una fecha que casi seguro que ya no podría cumplir. Con todo lo del accidente, el entierro y los papeles, las cosas se habían ido atrasando. Lo único importante era la familia de Bernabé: pobre Iris, pobres hijos. Y menos mal que Alba, la vecina, había echado una mano con los críos. La noticia era que Iris —Iris a todas horas— había despertado. Los médicos lo llamaron porque era el hermano de Bernabé. Estuvo toda la mañana con ella, olvidándose de sus esculturas y sus herramientas. Después de quince días de coma, se había recuperado del todo, eso parecía, como si no hubiera pasado nada. Había sido de repente. Era como un milagro: la cuñada seguía las conversaciones con normalidad y tenía una movilidad que los médicos calificaban de casi total . Lo peor, claro, lo peor fue que hubo que contarle lo había sucedido porque ella no sabía nada. Mejor dicho, lo peor fue que Darío se lo tuvo que contar. Necesitó muchos vasos de agua, ci

El piloto

Imagen
  El piloto Cuando el desconocido se marchó, el piloto se quedó impresionado. Su cabeza no paraba de dar vueltas. Aquel soldado le había dado una lección que jamás olvidaría. El piloto estaba muy orgulloso: fue derribado, usó su paracaídas y salvó su vida esa mañana porque no se estrelló contra el suelo. La conservó también durante los seis años siguientes, en la cárcel. Una durísima prisión norvietnamita. Un lugar donde ya habían muerto muchos de sus compañeros. Él había tenido suerte: tuvo calma y siempre tuvo bien claro que su objetivo era mantenerse con vida.  Ahora iba de ciudad en ciudad, explicando a todos, en decenas de charlas, lo importante que es tener un objetivo, que con las ideas positivas y la determinación viva se pueden conseguir muchas cosas en la vida. —Yo a usted lo conozco —le dijo aquel extraño. —¿De veras?  —Sí. Claro, ¡claro que lo conozco! Yo soy el soldado que preparó su paracaídas el día que su avión fue derribado. El piloto se quedó de piedra. No podía dejar

LA PRINCESA DE LAS AFUERAS

LA PRINCESA DE LAS AFUERAS Una caída espectacular, quizá un poco ridícula, se dice que es un cepazo ; aunque creo que esa palabra es propia de Andalucía, como saborío, malaje o malafollá. Porque eso es lo que se encontró la Jessi esa noche, en la discoteca de las afueras: mogollón de peña , sin gracia, aburridos, con caras amuermadas . La gente va allí muy repeiná , a ver si pillan cacho , guapos a reventar, que algunos hasta se ponen colonia cara, como los pijos, y llevan los Iphones en las manos para enseñar poderío . Muchos estaban de mala leche porque no tenían las cositas que les pasaba el Tostao . Y es que resulta que al Tostao lo habían trincado los maderos . Tenía que responder de algunos asuntillos sin importancia delante del juez. A lo que iba, que Jessica se puso un vestido rojo, con mucho vuelo, muy entallado de cintura y marcando —mejor dicho, mostrando— el Canal de La Mancha. Llevaba unos pendientes que parecían dos plazas de toros, su piercing en la lengu

LOS ÁNGELES DISTINTOS

  LOS ÁNGELES DISTINTOS —Mamá, deja de escribir, tenemos mucho trabajo —dijo la niña. Su piel clara brillaba con la luz que entraba por el ventanal. —Es una carta, Lucía, no puede esperar. La chiquilla se temió otro desvarío. Podía ser incluso peor que cuando terminaron encontrando el paraguas en la cama, porque había soñado que estaba lloviendo. —¿Y a quién escribes? La madre la miró con una sonrisa. Le brillaban los ojos. Se comía una manzana y, después de cada bocado, la ponía sobre la mesa, la contemplaba un momento y parecía encontrar un par de palabras. Lucía, a sus catorce años, era muy madura. —¿A quién escribes, mamá? La mujer se olvidaba con frecuencia de lo que hacía. Confundía realidad y fantasía y, desde que el padre se había marchado, había empeorado. Una vecina, Estefanía, las ayudaba con las faenas domésticas porque comprendía que el estado mental de la madre no le permitía hacerse cargo de una casa tan grande y tres hijas, dos de ellas tan pequeñas. Y Lucía era demasia