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Mostrando entradas de octubre, 2021

Definitivamente inmóvil

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  Definitivamente inmóvil   Desde que el abogado le consiguió la libertad condicional en espera de juicio, Don Andrés iba los fines de semana a la casería. A veces se acercaba con una muchacha; otras, con un gru­po grande de amigos. Siempre avisaba con tiempo para que el Esteban y la Berta le tuvieran todo preparado en aquel antiguo y enorme edificio. A Don Andrés no le gustaba quedarse en la cama hasta mediodía, como era de esperar en un señorito de ciudad que trasnochaba con las juergas, sino que se levantaba temprano y bajaba a La Hinojosa, antes de que los vecinos se pusieran en marcha y pudiera verlo demasiada gente. Se pasaba por el único bar que había allí, se tomaba su café con leche y churros y compraba roscas de sobra para sus invitados. Después de desayunar, se acercaba siempre al lado de los contenedores. Allí se solía quedar un buen rato. Algunas veces, se le saltaban las lágrimas. Esteban y Berta, los guardas, ya habían avisado a la Rufina de que al dueño de

De manera definitiva

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  De manera definitiva   Calle Lagarto: no pasa nadie. Callejón de la Sal: ni un alma. Y así llevamos ya más de dos meses. La ciudad vive en un continuo pesimismo. Un decreto del Gobierno nos ha quitado la alegría. Otros años, en estas semanas del calendario, la calle ya tenía sus toldos puestos esperando la calor. Las muchachas caminaban en todas direcciones y los hombres se acordaban de repetir «gloria, gloria bendita», cuando las veían pasear. El sol, la luz, el aire y los olores alegraban los pensamientos y animaban a los clientes de las tiendas y los bares. Otras primaveras, el bullicio transmitía optimismo. La vida era como solía, porque no podía ser de otra manera . Esta ciudad está acostumbrada a la alegría: vivimos en el lugar más feliz del mundo. Este mayo, todos llevamos ya dos meses tristes. Se nos ha metido un virus en el alma, nos ha golpeado el miedo y la ansiedad del no saber qué hacer ni cómo hacerlo. Nos atemoriza la idea de que la muerte se puede encaprichar de un

Omar, el comerciante (Zulema II)

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  (Relato de 2700 palabras)   Nota : Este relato es la segunda parte del titulado “Los pendiente. (Zulema I)”, que puedes encontrar aquí http://www.megustaescribir.com/obra/leer/109049/los-pendientes   o aquí https://aprendo-a-escribir.blogspot.com/2021/02/los-pendientes-zulemahabia-bajado-al.html Quizá convendría que lo releyeras. Este texto es una precuela de aquel otro...   Omar, el comerciante (Zulema II)     Durante el caluroso día de la víspera de nuestra fiesta, llegó a la aldea, montado en su viejo carromato, un forastero de extrañas vestiduras azules. Aquel hombre no pertenecía a nuestra raza; sino que tenía la piel un poco más oscura, más tostada por el sol. Recuerdo que su modo de hablar resultada extraño: se expresaba todo el tiempo como si estuviera pensando en otra lengua y fuera traduciendo a la nuestra; por eso sus palabras eran torpes y confusas.   Era un hombre mayor y yo supuse que, por su edad, tenía que ser sabio. Me impresionaron, entre sus

Los zapatos mágicos (Cuento de Navidad)

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  Los zapatos mágicos (Cuento de Navidad) (1.500 palabras)                     Los zapatos mágicos son poderosos cuando se colocan las luces de Navidad. Por eso, la mayor parte del año, los zapatos mágicos están bien dormidos. Permanecen en el armario de las partituras de los villancicos y de las figuritas del belén. Y allí descansan, tan bonitos y tan rojos, preparándose para las próximas Navidades.   Ya han puesto en el salón este año los zapatos mágicos. A la familia de Lou le gustan mucho, aunque todos creen que solo sirven para decorar, como los calcetines de Papá Noel o la figurita de Rudolf, el reno de la nariz colorada. Pero Lou sabe que tienen magia. Si les pides muy fuerte, muy fuerte, con los ojos bien cerrados y apretados…, si les pides un deseo, los zapatos mágicos te lo concederán.   El coche del padre de Lou ha pinchado cuando venía del trabajo. «¡Vaya, qué desgracia más grande y más desgraciada!» —piensa ella. Si hubiera estado montada con su papá, le habr