Para ti. Solo para ti.
Para ti. Solo para ti.
Todos
los ciudadanos recibíamos tres clases de fichas de instrucciones. Se imprimían
en cartulina reciclada: las rojas eran mensuales, las amarillas semanales y las
verdes diarias.
Cada
mañana
había que pasar por uno de los grandes terminales, los que estaban situados en
los pasillos de cualquier edificio oficial. Debíamos mirar por el visor, para
que la máquina reconociera nuestro iris, y pulsar las teclas ALT+F. Entonces
imprimían las órdenes personalizadas. Para ti. Solo para ti. (Ese era el lema).
El
Cerebro Total lo regulaba todo: lo que nos servían en los inmensos
comedores, lo que teníamos que beber, cuánto teníamos que dormir o a qué hora
debíamos ir al servicio a vaciar el intestino.
Por
supuesto, a todos los que teníamos una pareja asignada —que
éramos la mayoría—, nos prescribía los minutos que debíamos tener de ejercicios
íntimos y lo que podíamos o no podíamos hacer en el transcurso de los mismos.
Toda
la vida estaba regida por el Cerebro Total y, ¿sabéis?, la mayoría de
nosotros éramos felices. Al fin y al cabo, no solo teníamos resueltas nuestras
necesidades básicas (materiales y afectivas), sino que no teníamos que decidir
por nosotros mismos. Ahora que las cosas han cambiado y ha triunfado la
Revolución, cuando tengo que elegir entre varias opciones y temo equivocarme,
echo de menos que el Cerebro Total seleccione la más adecuada para mí. Hoy día
hemos perdido mucho en eficacia, seguridad, comodidad y tranquilidad.
Caroline,
mi actual compañera, dice que no entiende cómo puedo añorar esos tiempos
porque opina que la libertad es una de las cosas más importantes que tiene el
hombre.
Se
equivoca.
La
lógica
evolución de la tecnología, a partir de la invención de Internet y los
terminales móviles, dieron lugar a que el Cerebro Total fuera controlando, poco
a poco, todos los aspectos de la vida de las personas. Primero se empezaron a
analizar las grandes tendencias reuniendo datos y más datos. De esta manera se
podía prevenir cuál iba a ser la evolución del mercado y adelantar las
preferencias de los consumidores. Incluso se llegaba a aventurar el número de
muertes en accidentes de tráfico en una semana concreta con un error mínimo.
Más
adelante, el Cerebro Total —entonces no lo conocían todavía con ese nombre— dio
un paso de gigante: empezó a hacer previsiones individualizadas. En realidad,
aquella manera de actuar no tenía nada de especial o misterioso. Fue la
evolución lógica de la tecnología: puesto que el Cerebro Total poseía todos tus
datos, era fácil para él deducir tus gustos, tus necesidades, tus
inclinaciones… hasta tus temores.
La
gente que trabajaba en el Cerebro Total recibía información cada
minuto de dónde estabas, qué comprabas, qué películas veías, por dónde
viajabas, cuáles eran tus gustos y los de tu pareja, cuánto dinero tenías en el
banco, cuál era tu historial médico y tus rutinas de ejercicios. Tenía acceso a
todo sobre ti: lo que comprabas en la tienda, tu número de calzado o tu índice
de masa corporal, el color que preferías para tus gafas de sol o a qué
velocidad te gustaba desplazarte por la autovía. Todo. Absolutamente todo
estaba en sus manos.
Con
tantos datos sobre cada persona y una capacidad de cálculo
de miles de billones de operaciones por segundo, ¿cómo no iba a ser capaz el
Cerebro Total de dominar el mundo? Se acabó el miedo: él decidía por ti. Se
acabó la desigualdad: él se encargaba de compensar las diferencias. La
solidaridad dejó de ser necesaria: el Cerebro Total se encargaba de atender lo
que cada uno precisaba.
Los
hombres le entregamos nuestra libertad.
A
cambio, cada semana teníamos que recibir los votos de los demás. Había que votar y
ser votado. Si no obtenías un mínimo de likes a la semana (concretamente
treinta y dos) entrabas en el sorteo semanal. Si tu número de la Seguridad
Social salía elegido, te anulaban. Dicho de otro modo, te extinguían. Era un
mundo duro, pero había un control absoluto sobre el número de habitantes de
cada zona.
Yo
echo de menos ese mundo, porque yo era uno de los siete programadores que nos
encargábamos de actualizar el Cerebro Total. En realidad, yo era el
único europeo que controlaba sus algoritmos. Los otros compañeros estaban en
otros continentes.
Me
gustaría seguir contando con la seguridad que me daba el Cerebro
Total. Yo siempre obtenía mis treinta y dos votos. Cómo no.
Era
un placer ver las caras de horror de quienes iban a entrar en el sorteo
semanal.
Luego,
triunfó la Revolución.
¡Vaya mierda!
Esta distopía está cada vez más cerca.Parece que el ser humano necesita que lo controlen para ser feliz.Esperemos que haya sujetos que se nieguen y sean capaces de controlar su propia vida con libertad,aunque eso tenga un precio.
ResponderEliminarEsperemos...
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