Entradas

IGNORANCIA Y DOLOR

Imagen
  IGNORANCIA Y DOLOR Comencé a levantarme tarde, inventando palabras que brotaban espontáneamente, como la de «muermanidad», una combinación de «muerte», «hermana» y «soledad». En ella resumía el sentimiento que me asfixiaba al haber quedado “huérfana de mi hermana”. Durante semanas, sumida en mi muermanidad por Lisa, me olvidaba de cuidarme y dejaba que el sol naciera y muriera detrás del toldo del balcón, siempre con la taza de poleo en mis manos temblorosas, con las cejas arrugadas y vestida únicamente con un camisón. Jaime insistía en que me arreglase, que saliera, que viese a mis amigas. Pero es que él, que escapaba a trabajar en cuanto podía, no tenía ni pizca de muermanidad, porque Lisa solo era su cuñada; nunca había llorado en sus brazos. Nadie me había abrazado jamás como lo hacía mi hermana en vida, ni siquiera el mismísimo Jaime. Sicu…, bueno; Sicu era distinto. En cuanto venía del cole, se plantaba frente a mí y me decía que no se iba a mover hasta que no le sonriera un po

EL ARCANO XIII

Imagen
  EL ARCANO XIII —¿Puedo tocarte? —le preguntó el esposo. Ella abrió bien los ojos y le dirigió una mirada triste y una sonrisa de media boca. Se puso el pulgar delante de los labios con suavidad: —¡Chisss, chisss! —fue lo único que dijo Elvira. Y entre ellos se hizo un silencio largo, profundo y enamorado. Así comenzó todo. Las mañanas les facilitaban el silencio, porque no se podían ver —Álvaro se perdía en sus negocios—, ni siquiera a medio día —Álvaro tomaba cualquier cosa en la oficina—. Por la noche, Elvira siempre lo mandaba callar —Álvaro obedecía como un perro sumiso—. Ella no le dirigía ni una palabra. Así se querían. De una forma extraña, arcana e inexplicable, como las cartas de tarot que Elvira consultaba de joven y que ahora andarían por cualquier cajón, quién sabe dónde diablos las habría metido Álvaro. Se miraban, se sonreían y lloraban juntos un buen rato imaginando lo que podrían haberse querido si no hubiera pasado lo que pasó. A los dos meses exactos,

EL FILTRO DE LA CENSURA

Imagen
  EL FILTRO DE LA CENSURA   Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Como era habitual, comenzaron las numerosas explosiones distantes que infundían temor a todos; sabían que durarían exactamente una hora. Siempre bombardeaban Praga durante una hora exacta. Iván se había servido un vermut; desde que el Imperio comenzó a atacar, apenas había vermut en Occidente. Era un muralista privilegiado que hasta vivía en una casa con un tejado casi aceptable, no como los demás artistas. Tenía los ojos verdes y una envidiable forma física porque, desde que conoció a los de la resistencia, hacía mucho deporte. La mayoría de los checos no tenían tiempo para el ejercicio; estaban preocupados por sobrevivir y temblaban ante la posibilidad de contagiarse de las enfermedades que lanzaban las bombas del Imperio cada día entre las trece y las catorce horas. Iván se había levantado tarde. Aquella mañana estaba planificando nuevas obras que, si conseguían atravesar el filt

MENUDA NOCHE DE TORMENTA

Imagen
  MENUDA NOCHE DE TORMENTA   De la noche en que sucedió todo no hay mucho que contar, la verdad: solo unos detalles sobre el tiempo, sobre Lorena y María, sobre Sebas, siempre tan atento, y sobre lo que le pasó... Ah, sí, se me olvidaba, el culpable de todo fue Bartolo, cómo no. Empecemos por el tiempo. Hacía meses que no llovía, pero aquella noche, por fin, el cielo se acordó de lo que debía hacer para que lloviera en condiciones. La tormenta fue terrible. Lorena, que estaba muerta de miedo, se refugió en casa de María. Tan solo tuvo que cruzar la calle, esquivar los charcos y protegerse del aguacero como buenamente pudo. Poco más. Las dos amigas se sentaron frente a la chimenea y se abrazaron al segundo trueno. Luego se arroparon con unas mantas porque estaban temblando, más por miedo que por otra cosa. Seguro que recordáis que aquel diluvio fue breve y que no causó estragos en el pueblo. Fue una suerte. Lorena le contó a su amiga que Bartolo llevaba varios días sin llamarl

El mismo olor

Imagen
  EL MISMO OLOR   Por aquel entonces yo era un muchacho que disfrutaba bajando a la calle a contemplar el escaparate de la zapatería y a observar al dueño sudando, guardando silencio y comiéndose las uñas. Se pasaba las horas mirando la pared, esperando a que entrase algún cliente, pero nadie le compraba nada. A veces, levantaba los ojos, me veía a través del escaparate y nos sonreíamos. Mi media sonrisa lo debía de inquietar, porque estaba todas las tardes allí, sin apartar mi mirada de su rostro. Me convencí de que aquel tipo se había vuelto invisible para todo el barrio. Dejadme recordar…. la primera vez que bajé fue en verano, recién pasada la pandemia; y dejé de verlo… bueno, lo que ocurrió entonces fue espantoso, seguro que lo sabéis; fue una tragedia que conmocionó a toda la ciudad. … Hoy me han subido del comedor antes que de costumbre. Una estúpida que no sé si es enfermera o voluntaria, me ha dicho que me castigaba sin postre porque estaba insultando a los demás vie

Chispas

Imagen
  CHISPAS   El conductor del autobús siente rabia mientras aprieta el volante. La discusión del desayuno le ha amargado el día. Como todos los años, tendrá que soportar la cena de Nochebuena en casa de sus suegros, una cena de besugo al horno y aburridas discusiones de fútbol y política. Echa de menos los tiempos en que tenía un perro, su compañero cuando era un niño.   La mirada del conductor se desvía hacia la acera. Allí, un hombre con bigote está riñendo a un chico de unos doce años que lleva de la correa a un precioso dálmata de pelo blanco y negro. El conductor siente envidia del chico y le gustaría que el perro fuera suyo. El quiosquero deja el puesto por un momento para socorrer a una señora que ha soltado un grito. Al girarse, ve que un tipo con bigote está increpando a un niño que pasea a un perro grande. Con las voces, la señora se ha asustado y se le ha escapado el bolso de las manos. «¿Qué habrá hecho el chaval para que le grite así?», se pregunta el quiosquero. El

LA VOTACIÓN O LAS CASTAÑAS

Imagen
  LA VOTACIÓN O LAS CASTAÑAS   Cuando el grupo decidía recurrir al azar, cada uno tenía que comerse un fruto seco o una fruta que dejaban en la sala. Al rato le pasaban un lector por el cuerpo y aquel a quien le sonaba el detector era el designado. —¿Eso son castañas? —dijo Charlie. En un plato, en la estantería de atrás, había cinco, totalmente idénticas. Los otros cuatro hombres miraron a Charlie en silencio. Estaban sudando, sentados alrededor de una larga mesa. Bob y Mike hasta se habían quitado las camisetas. Ya había habido fuertes discusiones sobre la conveniencia o no de votar. —Sí, chaval, son castañas —dijo Mathius—. Podían haber metido el chip en mandarinas, en nueces o en cualquier otra cosa. Quien se trague el chip, ya sabes…; de todos modos, toda esa mierda es sintética, comida sintética para gente obediente. ¿Tú eres un chico obediente? —Si siempre hiciera caso del poder no estaría aquí de los primeros, ¿no crees? Mathius apretó los labios. Lo mismo podía