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Mostrando entradas de mayo, 2022

La desgracia de ser familia de Ernesto

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  La desgracia de ser familia de Ernesto (Ernesto) Antes del fin de semana, mataré a mi tía Angelines. Sí, sí, la mataré. Veré cómo se retuerce de dolor con lo que le ponga en la tisana. Le faltará la respiración hasta que se ahogue. Hay venenos muy efectivos. Juan, el dueño de la ferretería, me dirá cuál usar y cómo conseguirlo. Igual le pido que me lo busque él mismo, ya veremos. Al principio se va a negar a decirme lo que utilizó, claro; pero yo lo amenazaré con revelar su secreto. Ya estoy viendo su cara. Le diré: «Vas a ir a la cárcel, por tonto. Sí, sí. Por tonto. Si no me ayudas diciéndome cómo lo voy a conseguir, te denunciaré y tardarás muy poco en detenerte. Te meterán en chirona un montón de años y, al final, te vas a enterar de cómo tratan en prisión a los que matan a sus mujeres. No te gustará, ya verás». Él me mirará con los ojos muy abiertos, como cuando van a acabar con la vida de un animal y todo huele a matarife. Yo le sonreiré con desprecio, que es lo que s

El HOMBRE MÁS ODIADO DEL MUNDO Y LA COMISIÓN

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El HOMBRE MÁS ODIADO DEL MUNDO Y LA COMISIÓN En casa de Lucas Gálvez, el cerrajero, estaban asustados porque al bueno de Lucas le había dado por no morirse. Las gentes del pueblo se hacían mayores. Cuando pasaban unos sesenta y siete mil minutos, cumplían un año más. Y, una arruga por aquí, un dolor de ciática por allí o un cálculo en el riñón, todo anunciaba que la muerte se les iba acercando. Pero Lucas Gálvez no. Él se había olvidado de envejecer y por eso lo odiaban profundamente: —Es un tío con suerte —se decían—. Es que parece que es eterno. —¿Sabéis?, el otro día me habló de que era una pena que se hubiera muerto Don Ramón. «¿Quién era ese Don Ramón, Lucas, que no me acuerdo?», le digo. «Pues fue un cura que estuvo por aquí hará unos treinta años. ¡Menudas guasas que nos pasábamos en el bar con él! Porque era un tío llano, de los que beben con la gente y hasta se achispaba un poco, alguna vez, como las personas». —Estoy hasta las narices de ese Lucas, ¿sabes? —decía el peluquero

EL TRATO

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  EL TRATO   Pasó una jornada para llegar al lago, unas horas en barca y varios días esperando ser recibido por el oscuro mago. Cuentan que Madhur, el hechicero del palacio del lago, había construido aquel maravilloso edificio hacía tres siglos y había encontrado la fórmula de la inmortalidad. Sus conjuros le proporcionaban años y años en los que vivir su tormentosa vida, llena de traiciones y ensalmos. En medio de la soledad que le daba el agua, desde su misteriosa mansión rosada, controlaba la vida de todos los habitantes del Rajastán. Anand, el príncipe de Jaipur, tuvo que postrarse ante Madhur: —Ayúdame, vidente, con el poder de tu magia. —Mis conjuros son muy caros —contestó el brujo—, porque la vida se paga con la vida y el tiempo con el tiempo se paga. En la sala de audiencias, los mortales no podían ver su supuesta majestad. En aquel formidable salón, lleno de espejos y decoraciones de diosas, el solicitante tenía que permanecer postrado ante una cortina roja. All

El cartero desaparecido

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  El cartero desaparecido   En casa de Lucas G álvez, el cerrajero, estaban asustados. Hacía a ños, cuando era un aprendiz, las llaves eran grandes, pesadas y de metal duro. Tenían la cabeza en forma de anilla y las paletas parecían los dientes de un niño. — ¡Qué tiempos aquellos! —decía Lucas a su hijo. —Pero, pap á, ahora las cosas son mejores. De todas maneras, ¿qué más te da? Porque dentro de poco te vas a morir. Lucas mir ó a su hijo con ojos de asombro. No se esperaba que le dijera aquello. El cerrajero pens ó que tenía un hijo medio tonto. «Bueno», se corrigió, «quizá sea tonto del todo». Lucas hab ía reflexionado muchas veces en lo extraño y desagradable que resultaba que sus hijos fueran mayores que él mismo. «Todo un sinsentido, claro». Aquel hijo tenía preparado el ataúd para su padre desde hacía muchos años y, como el tiempo lo había estropeado, terminó cambiándolo, a la espera de una muerte que nunca llegaba. Lucas siempre ten ía treinta y nueve año

El espejo mágico

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El espejo mágico Uno de los espejos de casa, el que estaba en la habitación situada junto al salón, poseía una característica especial: todas las personas que se miraban en él empezaban a reír y no podían parar de hacerlo mientras veían su imagen reflejada. Los niños, que conocíamos aquella cualidad, no dejábamos que cualquiera se mirara en aquel espejo. Si, por ejemplo, venía a casa González, el tendero, y quería aprovechar un momento en que nuestros padres no estaban en el salón, le impedíamos que se viera en él usando toda clase de artimañas. Mi hermana Alicia ponía los ojos en blanco hasta llegar a parecer que tenía una posesión demoníaca y bloqueaba la puerta. Yo, como era el más pequeño, solía agarrar la mano del invitado y tirar con fuerza para que no entrase. Y Jaime, que era muy alto, se colocaba tapándolo en caso de que la visita hubiera conseguido acercarse al espejo.  «El espejo es solo nuestro», nos repetíamos los niños, que no queríamos que nadie lo utilizase.  Daba un po