El HOMBRE MÁS ODIADO DEL MUNDO Y LA COMISIÓN





El HOMBRE MÁS ODIADO DEL MUNDO Y LA COMISIÓN


En casa de Lucas Gálvez, el cerrajero, estaban asustados porque al bueno de Lucas le había dado por no morirse.

Las gentes del pueblo se hacían mayores. Cuando pasaban unos sesenta y siete mil minutos, cumplían un año más. Y, una arruga por aquí, un dolor de ciática por allí o un cálculo en el riñón, todo anunciaba que la muerte se les iba acercando.

Pero Lucas Gálvez no. Él se había olvidado de envejecer y por eso lo odiaban profundamente:

—Es un tío con suerte —se decían—. Es que parece que es eterno.

—¿Sabéis?, el otro día me habló de que era una pena que se hubiera muerto Don Ramón. «¿Quién era ese Don Ramón, Lucas, que no me acuerdo?», le digo. «Pues fue un cura que estuvo por aquí hará unos treinta años. ¡Menudas guasas que nos pasábamos en el bar con él! Porque era un tío llano, de los que beben con la gente y hasta se achispaba un poco, alguna vez, como las personas».

—Estoy hasta las narices de ese Lucas, ¿sabes? —decía el peluquero—. Yo le calculo que, si hubiera seguido envejeciendo, debería estar tener ya más de ochenta. Pero es que no cumple ni un maldito año. 

Veía cómo aumentaban las arrugas en sus manos, mientras recortaba siempre las mismas barbas más y más blancas, conforme pasaban los meses. 

—¿Qué dices: «un año»? Ni un maldito día es lo que cumple ese malnacido —dijo Salus, el dueño de la pescadería. Tenía varias empleadas porque a él le daba asco el olor de la mercancía que vendía.

Se miraron entre ellos. El peluquero, Salus, y dos clientes más que en ese momento había en el negocio, pensaron que odiaban al cerrajero. Era un insulto a la especie humana pueblerina. Y decidieron que tenían que hacer algo. 

En aquel sitio, la gente se moría a los dos días de recibir una carta remitida por la Muerte, en la que le anunciaba al interfecto que su vida se iba a acabar. Que preparara las cosas para fallecer: que hasta comprara un frasco de colonia para su mujer si estaba casado, cosa indispensable que hay que hacer para morirse tranquilo. Pero si, por lo que fuese, la carta no le había llegado, lo que pasaba es que el cerrajero no se podía morir. Más que nada por la falta de costumbre, claro. Porque sería bastante inusual que se muriera en contra de los hábitos de aquel villorrio.

Y las buenas gentes de la localidad, movilizadas por el famoso Salus, empezaron a buscar por todos sitios dónde estaba el despacho de la Muerte. Porque a Lucas no le llegaba la carta que tanto esperaba.

Todo el mundo lo odiaba. 

—¡Es que, además, dice con pena que no se va a morir, que es muy posible que nos entierre a todos! —decía Joaquina, la de la mercería, que era contemporánea del invento del hilo negro.

—No puede ser, no puede ser. Que es que la Muerte vino a por mi Julián cuando tenía cuarenta y siete, en la flor de la vida, y este Lucas hace siglos que no pasa de los treinta y nueve —decía Geli, una ancianita que repetía que aún era joven. 

Y, entonces, se organizó la comisión.

La comisión estaba formaba por hombres honrados, normales y corrientes del pueblo, de los que se iban a morir, como era habitual, cuando les llegara su carta. Lo único que les unía, puesto que se trataba de buenos vecinos, era su odio a Lucas. No era envidia, no. Era odio. Del peor, del que desea grandes desgracias. Del que quiere que te toque el euromillones para que te arruines antes de un año y seas el hazmerreír en todas las tertulias para siempre, como les ha pasado a otros. O del que quiere que tengas una herencia millonaria de una tía desconocida y que te correspondan pagar tantos impuestos que te quedes empobrecido durante el resto de la vida. 

Porque es que este Lucas, para mayor inri, se paseaba por el pueblo con cara sonriente. Era insoportable. Cuando veía que un conocido se quejaba de una enfermedad, él sonreía, porque no enfermaba. ¿Qué alguien se rompía una pierna? Él recordaba a quien quisiera oírlo que nunca se había quebrado un hueso. Era odioso.

Una vez, cuentan, estaba en la vía, cualquiera sabe haciendo qué, y el tren que lo iba a arrollar, se estropeó. Hasta el conductor, que era del pueblo, lamentó no habérselo llevado por delante y Lucas tuvo que subir a la máquina a consolarlo por su mala suerte.

La comisión consiguió ir a la tele —en casa de Lucas nunca se veía la tele— a un Sálvame, para hacer un llamamiento a la Muerte y que así mandara la famosa carta a Lucas. El caso fue muy conocido. Las televisiones de todo el mundo —en particular las japonesas, que debían tener pocas noticias— difundieron imágenes de Lucas en recuadros junto a los locutores. A la vez, improvisaban sonidos que no significaban nada y a los que llamaban japonés.

Y así fue como Lucas llegó a ser el hombre más odiado del mundo. Gracias al Sálvame, claro, programa intelectual y de difusión cultural donde los haya. 

El asunto se debatió en el Parlamento Europeo, donde votaron a favor de que Lucas se terminase muriendo, porque aquello era una afrenta para sus conciudadanos. La asociación del rifle de USA ofreció su colaboración incondicional a la comisión y hasta el pueblo norcoreano hizo un referéndum para que el amado líder pusiera fin a aquella injusta situación.

Entre todos los poderosos del mundo, consiguieron que Lucas recibiera su comunicación: un email de Correos.com en el que le decía que la Muerte iba a visitarlo. Pero, en lugar de entristecerse y perder su sonrisa, él estaba radiante, contentísimo, contando a diestro y siniestro que, por fin, se iba a morir y que no sabía la fecha: como todo el mundo.

La gente lo odió más todavía, porque aquel cerrajero estaba feliz.

Y es que los habitantes de aquel pueblo no podían soportar ver a un hombre así. Sucede en el planeta entero: todos odian a una persona verdaderamente feliz.

«¿Cómo va a vivir tranquilo este energúmeno si yo soy un desgraciado y tengo miles de preocupaciones reales e imaginarias?», se decían unos a otros mientras disfrutaban de su odio.

—Yo nunca seré feliz —se dijo el hijo de Lucas que le tenía preparado el ataúd—. Porque lo único que consigues así es convertirte en el hombre más odiado del mundo. Me preocuparé y me quedaré muchas noches sin dormir. Me sentiré desgraciado. Y, si no tengo problemas, me los inventaré. Yo no quiero que me odien.

Un desastre, vamos, un desastre. 


© Guillermo Arquillos
Año 2022. Mayo, día 16





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