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Mostrando entradas de diciembre, 2021

El mensaje y la manzana

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      El mensaje y la manzana     Chesire (Manchester), 7 de junio de 1954. Estimado amigo Norman: Cuando puedas leer estas líneas, yo ya habré muerto. Sé que esta noticia te causará un disgusto, que supongo serio, porque conozco que me aprecias sinceramente. Sin embargo, estoy convencido de que no tengo más remedio que actuar como lo hago. Mi vida, si es que a esto que tengo se le puede llamar vida, se ha convertido desde hace dos años, en un arrastrarse a la espera de nuevas depresiones cada vez más fuertes. Ya no puedo más. Tú conoces algunos detalles de mi historia, porque me has oído contártelos y te habrás hecho una idea de que no soy una persona convencional. Yo mismo me reconozco como un bicho raro y no me avergüenzo en absoluto de serlo: esas peculiaridades mías son, en realidad, mis señas de identidad. ¿Te he dicho, por ejemplo, que aprendí a leer yo solo, que nadie me enseñó? ¿Te he contado que a los diez años ya entendía libros avanzados de biología de los

Por la vida de un desconocido

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Por la vida de un desconocido   —Sí, padre, soy culpable. Yo no impedí el sufrimiento de aquel hombre: ese fue mi modo de vengarme porque lo odiaba. Y ahora que mi vida va a terminar, necesito su ayuda, por favor, padre. Lo miró a los ojos. Los tenía mojados. —Si estás arrepentido, tendrás el perdón de Dios, hijo. Por los méritos de… El enfermo apretó los labios un instante y exclamó: —Déjese de sermones, padre. ¿Dios…? ¿Dónde se esconde Dios? ¿Sabe? Cuando Hitler subió al poder, Dios se tomó unas vacaciones. Y en agosto del cuarenta y uno, hasta se olvidó de bajar al sótano del pabellón trece —Pawel forzaba la poca voz que quedaba en su garganta—. Dios nos abandonó. Se detuvo un momento y volvió a mirar a los ojos del sacerdote: —Rescáteme, padre, limpie mi culpa y mi remordimiento. Soy culpable. Durante una eternidad ambos guardaron silencio. La atmósfera era oscura y densa. El párroco, sentado junto a la cama del moribundo, se estiró la vieja sotana y se enderezó l

Los zapatos mágicos (versión publicada por el periódico Ideal)

  Los zapatos mágicos                     Los zapatos mágicos son poderosos cuando se colocan las luces del belén, pero casi todo el año están dormidos en el armario, preparándose para las próximas Navidades. Hoy los han puesto en el salón. A la familia de Lou le gustan mucho, aunque todos creen que solo sirven para decorar, como los calcetines de Papá Noel. Pero ella sabe que si les pides un deseo muy fuerte, muy fuerte, con los ojos bien cerrados y apretados, los zapatos mágicos te lo concederán.   El coche de papá ha pinchado cuando venía del trabajo. «¡Vaya, qué desgracia más grande y más desgraciada! Papá necesita sus pastillas para no morirse, se le va a hacer tarde » —piensa Lou. Y encuentra la medicina de papi y, cuando nadie la ve, la coge y se pone el abrigo verde, el gordo. Como ya llega al pomo de la puerta, sale y la deja entreabierta, para no hacer ruido. *** Aunque ha dejado de nevar, sopla un viento que atraviesa la piel, la carne y los huesos de Lou.

Ismael

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  Ismael «A Elena le gusta el Freddy. A Elena le gusta el Freddy». Seguramente había sido uno de los más gamberros quien se había inventado aquella historia. Se la habían pasado unos a otros, al volver del patio. La seño estaba con Ismael intentando que entendiera algo relacionado con un dibujo que había hecho. «Si es que no se entera. Además de feo, el Freddy es tonto». Algunos se rieron. A Ismael se le saltaban las lágrimas y su cara, además de deforme, brillaba de una manera extraña. Las cicatrices de sus mejillas parecían tener relieve, casi no tenía pelo y le faltaba media oreja. Toda la clase odiaba al feo. Los más gamberros decían que les daba miedo porque parecía Freddy Krueger. El resto sabía que si se hacían amigos suyos, iban “a cobrar” de los peores. Hasta Ismael se aborrecía a sí mismo y se echaba la culpa por no ser aceptado por nadie. Durante el recreo, Elena se le había acercado y le había ofrecido parte de su bocadillo. Él le dijo que no tomaba chorizo y se quedaron un

Lo que das

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  Lo que das     “Lo más importante en cualquier relación no es lo que obtienes, sino lo que das”. Eleanor Roosevelt     Sin que nadie lo pudiera esperar, sin previo aviso, llegó el primer síntoma. Era el dieciocho de febrero de sus cincuenta y siete años, una pena, fíjate qué joven, qué desgracia . Uno de los peores alumnos le hizo una pregunta. Él no supo acordarse de cuál fue la causa de la guerra de sucesión española. Buscó y rebuscó entre sus neuronas y no encontró ni una sola pista. En su cabeza resonaba una especie de silencio blanco. Menos mal que otro chaval le echó un capote y él, haciendo un esfuerzo, consiguió terminar la clase con cierta normalidad. No se lo contó a nadie aunque, en aquel instante, él ya supo lo que le pasaba. El sábado siguiente fue todavía peor. De repente, después de comprar los churros, se dio cuenta de que su dirección se le había borrado de la memoria. «¿Dónde vivo?» —se dijo en voz alta. Un vecino acabó por acompañar a Genaro a s

El abuelo y el Pestañas

  El abuelo y el Pestañas     —Abuelo, dime otra vez la palabra “gerifalte”. Me río mucho porque hace como si le costara trabajo pronunciarla. —¿Y tú sabes lo que es “gerifalte”?—me pregunta. —Pues, claro. Es como el Generalife, con sus jardines y todo, que estuvimos de excursión con el cole. Se vuelve a reír. Yo no sé qué gracia tiene el Generalife. A mí me gustó bastante y había mucha agua. El abuelo me dice que los gerifaltes eran los que mandaban antes. Por lo visto, se empeñaron en que todos teníamos que odiarnos y pelearnos entre nosotros. Y lo consiguieron. Cada vez que iban a un pueblo, fusilaban a dos o tres. (A mí no me gusta que maten a la gente. Ni siquiera en las películas). Y me dice que eran los mandamases. «Mandamases» es una palabra muy bonita. —Luego, nos encerraron en una plaza de toros. A un montón de hombres. —¿Y qué hacían allí? ¿Ponían pelis? A mí me gusta mucho ir a ver el cine en la plaza de toros porque puedo comer pipas mientras veo la p