VENECIA
VENECIA
Una criada
me contó que Pablo, cuando Vene volvió del cole aquella tarde, le gritó, le
arrancó la muñeca de trapo que traía y, como no era capaz de destrozarla, la
tiró con rabia a la chimenea del salón. En cuanto pudo, Vene corrió a buscarme
y se abrazó a mis piernas, pero solo me dijo que estaba llorando porque había
oído a un hombre con la voz de mi marido.
Supe que era
Carlos y empecé a sudar. A pesar de los calmantes que me daba Pablo, me
temblaron las manos, me entró una especie de ahogo y noté una punzada en el
vientre.
—Estaba ahí
al lado, en la parada del autobús —me dijo.
—¿Y te ha hablado
de mí? ¿Está bien? ¿Qué te ha contado? ¿Tiene buena cara?
—No lo sé,
no sé qué cara tenía. —Al notar mi extrañeza, me explicó: —Llevaba una máscara,
mamá, pero estoy segura de que era él.
—¿Una
máscara? ¿Como las de los carnavales del cole?
Ella respiró
hondo, se secó los mocos de cualquier manera y sonrió con la mirada:
—No, no.
¡Qué va! Era como la que teníamos en el salón, la de Venecia.
La palabra
Venecia me trajo recuerdos felices: el viaje de novios, la plaza de San Marcos,
el Gran Canal, las caricias de Carlos en el vaporetto, «estate quieto,
por Dios, que estamos dando un espectáculo». Y los besos, las risas de Carlos,
las carcajadas. En cuanto supimos que estaba embarazada y nos dijeron que era una
niña, decidimos que se llamaría Venecia.
Las siguientes
tardes, después del enfado de Pablo, me quedaba esperando en la salita a que
volviera Vene. A una criada le decía que me hiciera una tila, a otra que me
trajera un libro y las mandaba a la calle para que miraran si ya venía. Me
llevaba una gran decepción cuando la cría entraba corriendo y me decía que no
con la cabeza para que no la oyera Pablo.
Vivir con Pablo
era un suplicio. Estaba con él por su dinero, es verdad; pero es que era demasiado
estricto, siempre malhumorado, siempre dispuesto a enfadarse con Vene o conmigo
por cualquier tontería.
Por fin,
una tarde, Vene llegó sonriendo. Salí con rapidez a la calle, revisando las
aceras con la vista. Había un hombre casi de espaldas, junto a la parada del
autobús. Estaba esperándome.
—¿No te
importa hacer el ridículo con esa máscara de Venecia? —le pregunté con una
sonrisa.
—Quería que
Vene te lo dijera. Quería que supieras que soy yo y que ya está bien de que
estés con Pablo, pero que nadie le fuera con el cuento a ese cerdo.
Estoy
segura de que se me iluminaron los ojos.
—Cuando tú
quieras, Carlos. Estamos deseando volver contigo.
—Entonces
será mañana por la noche, tenemos tres billetes de avión para pasado mañana.
—¿Nos
vamos?
—Claro que
sí, cariño, he reservado habitación para lo que queda de carnaval. Nos vamos a
Venecia.
Me miró un
instante, levantó las cejas y me preguntó:
—Ya sabes la combinación de la
caja fuerte, ¿verdad?
Sonriendo,
le dije que sí con la cabeza.
© Guillermo
Arquillos — 25/09/2023
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