La mano de la alianza



La mano de la alianza

Sara y Pablo estaban en el sofá, viendo la tele. Pablo agarró con desgana la mano de su esposa con los ojos puestos en la serie.

—¿Te has cambiado la alianza de mano? —dijo, sin mirarla.

—Sí. Ya ves.

—¿Y eso? 

Pablo no estaba haciendo mucho caso a las imágenes. Prefería repasar el color gastado de la pintura del salón y le parecía un poco deprimente. «Me da pereza volver a pintar» —pensó.

—Ya estaba cansada de llevar la alianza en la mano derecha. ¿Sabes? Todavía soy joven para resignarme a hacer siempre lo mismo. Puedo cambiar. Sí. Todavía puedo. ¿No crees?

Pablo asintió. Sara era aún joven y guapa. Veinte años de matrimonio no habían pasado por ella. Era una mujer encantadora.

Bebió un sorbo de su cubata y le ofreció unas almendras a Sara.

Ella sonrió con tristeza.

—No creo que esto tenga arreglo, sinceramente.

—¿Te refieres al coche?

—…

—Mujer, el coche está viejo, lleva muchos kilómetros recorridos, pero nos hace un apaño.

—Eso es lo malo.

—¿Lo malo? ¿Por qué? 

—Sí, Pablo. Las cosas importantes no están para hacer un apaño en la vida. Lo que una estima de verdad tiene que darle valor a la vida.

—Para mí, el coche es valioso —dijo Pablo—. Me resuelve la vida.

—Tú te conformas con que algo te resulte cómodo. Yo quisiera, además, que me diera ilusión. Me gustaría tener sueños, vivir intensamente las cosas.

Hubo un momento de silencio. Los dos bebieron de sus cubalibres, cada cual en sus pensamientos. Pablo se dijo que Sara hablaba de un modo raro. «Vivir intensamente un coche, no sé…», pensó. 

—Pero, ¿es que le has notado al coche que haga algo raro últimamente?

—Pablo, ¿y si el coche no hace nada desde hace bastante tiempo? Ni bueno ni malo. ¿Tú crees que tendría arreglo?

—Bueno, siempre hay medios, supongo… —. Se quedó pensativo unos instantes y añadió: —«El coche no hace nada desde hace bastante tiempo». Supongo que habría que ponerlo en marcha, no sé… Habría que intentar arrancarlo y moverlo, ¿no?

—Yo creo que ya he probado demasiadas cosas —dijo Sara—. Han sido demasiados intentos. Se me pone el cuerpo malo solo de pensar en probar de nuevo.

Pablo se quedó pensativo. Al fin, preguntó:

—¿Te está sentando mal el cubata o algo, Sara?

Ella no contestó. Lo miró con cara de enfadada y arrastró su cuerpo, separándose de su marido, de modo que ni siquiera se rozaran.

Pablo volvió a mirar las paredes del salón. Desde luego, tenían un color que el tiempo había ensuciado.

—¿Sabes, Pablo? Estos años tendríamos que haber ido revisando el coche en profundidad. No vale con que ahora digamos que está viejo: ha sido culpa de los dos. No hemos debido dejar que las cosas avanzaran rutinariamente.

—¿Pero qué rutina, ni rutina? Joder, que tiene dieciocho años y trescientos mil kilómetros —dijo él, levantando la voz.

Hoy tocaba que Sara estuviera insufrible. De vez en cuando tenía días imposibles. Cada vez eran más frecuentes. Y ahora ya se repetían demasiado.

—¿Por qué has llegado hoy tan tarde?

—Ya te lo he dicho, mujer, me he encontrado con unos amiguetes y nos hemos ido a tomar algo.

—¿Y cuánto hace que no te tomas algo por ahí conmigo?

—…

—¿Y cuánto hace que no hacemos algo juntos más que comer, dormir y acostarnos los sábados que toca?

—¿Qué quieres, que me ponga a darte besitos en un bar como si fuéramos una pareja de adolescentes?

—No Pablo, en realidad ya no somos adolescentes porque tú te has empeñado en que seamos viejos y lo único interesante que hagamos juntos sea ver series.

—…

—No hemos debido dejar que el tiempo pasase sin hacer las revisiones del coche a su tiempo. ¿Entiendes ahora por qué me he cambiado la alianza de mano?

Se levantó y dijo:

—Quiero el divorcio.

Sara se fue al dormitorio, dando un portazo.

Pablo se quedó con la boca abierta. Permaneció un rato, absorto, mirando las paredes. Entonces comprendió que necesitaban otra mano de pintura. 

Desde hacía muchos años.


© Guillermo Arquillos

Año 2022. Marzo, 4


Comentarios

Entradas populares de este blog

Chispas

A, DE ASESINO

O, de odio