Pablo y ella

 


Pablo y ella

 

Pablo se acercó a la chica. Mirando hacia los aseos, los señaló moviendo la cabeza:

—¿Suele tardar mucho? —preguntó.

De pronto, se fijó en sus labios:

—Tiene épocas peores —dijo ella.

El chico afirmaba con la cabeza mientras levantaba las cejas, en silencio.

—A veces se entretiene un buen rato —. Y lo miró durante unos segundos. Era una especie de aclaración con la que le decía tenemos tiempo para hablar antes de que venga, o algo parecido.

Pablo le hizo un gesto al camarero con dos dedos. Después señaló a la chica y luego a sí mismo. El camarero sonrió e hizo el signo del pulgar hacia arriba.

—Ahora está bastante bien. Es un Crohn —aclaró la chica.

Pablo se entretuvo con una sonrisa.

—De modo que, por fin, estás bronceada.

—Y tú sigues tan paliducho.

—Es importante estar bronceada. Es esencial para tu vida

La chica lo miró abriendo las aletas de la nariz, como si algo oliera mal.

—¡Vete a mierda! —dijo.

—…

—¡O al piso! Que viene a ser lo mismo, ¿no? ¿O te has mudado?

Se callaron mientras el camarero les ponía los posavasos y las bebidas. Ambos las miraron, pensativos.

Al fondo, alguien tiró un vaso y unos clientes empezaron a hablar a gritos sacudiéndose la ropa. El viejo camarero soltó un taco, cogió una bayeta de debajo de la barra y se fue hacia allá. Poco a poco, todos fueron bajando la voz.

Volvieron a mirarse: él con los codos en la barra, ella sentada en la banqueta.

—¿Tragas muchos mosquitos cuando le pisa al descapotable?—. El joven volvió a señalar los aseos con la mirada.

Ella levantó las cejas ladeando la vista y no contestó.

—Debe de ser desagradable.

—¿Sabes? Tiene una cosa que se llama capota. Además, prefiero mil veces esos mosquitos a las lentejas con salchichas.

—Antes te gustaban.

—Antes me las comía y punto. En Cannes no se toman con salchichas.

—Será que allí las tomáis con caviar.

Él tosió y se aclaró la voz.

—¿Por qué no le enseñas a tus cocineras cómo se guisan? Las hacías muy buenas.

—Eres encantador, cielo.

—Gracias. Lo sé. Te siguen gustando las cosas que te digo, ¿eh?

Él se tomó de un trago la bebida y le hizo una seña al camarero.

—Antes no bebías. ¿Cuántas llevas esta noche?

—¡A ti eso no te importa una mierda! —contestó con rabia—. De todos modos, Carlos me las apunta…

—… ¿y tú se las pagas?

—Carlos es mi amigo.

—Como la botella, por lo que veo.

Pablo carraspeó:

—La botella no me traiciona, ¿sabes? No se larga con el primero que llega.

—Será que la cuidas.

—Será que se merece que la cuide.

El chico se rascó la cabeza y se alisó el pelo.

El camarero se acercó y le puso la siguiente. Mientras, se fijaba en el  tío que daba golpes a la tragaperras. «¡Joderrrr!, ¡vaya día!» y le dijo al de los puñetazos: «¡Eh, amigo, tranqui!». El tipo de la máquina, sin mirarlo, se serenó y siguió malgastando la paga del mes.

—¿Y tú, cómo te sientes, tú? —preguntó ella.

Él la miró con cara de sorpresa:

—¿A qué viene eso ahora? ¡Me cago en la leche! Durante dos años, no te importó una mierda.

Sonó la puerta del servicio y se acercó un tipo trajeado. Parecía un fideo y ya peinaba canas.

Miró a los dos muchachos. Primero a ella, después a él y luego al techo. Movía la cabeza de derecha a izquierda y hacía una mueca de desaprobación con la boca.

—Cariño —la sujetó con fuerza del brazo—, te he dicho mil veces que no hables con borrachos.

Ella intentó que la soltara, mientras se fijaba en algo del suelo. Pero el tipo clavó los ojos en Pablo, que sonreía divertido, como si todo aquello no fuera con él.

—Total, que has decidido que no me vas a hacer caso. Nena, parece que no sabes quién paga tus trapos y tus caprichos.

Al ver cómo le estrujaba el brazo, Pablo apretó los puños y tuvo que contenerse. El hombre arrojó cincuenta euros en la barra y solo dijo: «venga». Tiró de ella para que se bajara de la banqueta y la obligó a salir con él del local.

Se acercó el camarero y cogió el billete con una sonrisa. El muchacho comentó, mirando hacia la puerta:

—Me encanta ver parejas que rebosan felicidad.

A partir de aquella noche, Pablo ya no encontró ninguna razón para seguir bebiendo.

 

Guillermo Arquillos

Año 2022. Febrero, 23

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