LAS VOCES

 



LAS VOCES

 

—¿Y has oído muchas veces esas órdenes en tu cabeza?

—Las oigo desde que era un niño. Hace una semana o así volví a oír que me mandaban que actuase rápido.

Le dolían las esposas. Tenía las muñecas demasiado grandes para lo apretadas que se las habían puesto. El aire acondicionado era una mierda, una mierda ruidosa.

«Vaya asco de comisaría», pensó. «Ser policía es de gilipollas. Ganan cuatro perras, se juegan la vida con gente como yo y trabajan en establos como este».

El comisario en persona llevaba la investigación. El crimen era demasiado sangriento y morboso. Miró a los ojos de Charlie: era un puto crío universitario, un chaval que había cortado el cuerpo de un desconocido hasta dejar trozos del tamaño de un paquete de tabaco; un aquelarre de sangre. Y, ahora, estaba allí, tan tranquilo, como si nunca hubiera hecho nada malo.

Algo le decía al comisario que Charlie mentía, que no oía ninguna voz; que era un asesinato premeditado, pero no sabía decir qué es lo que le sugería aquello.

—Y, cuando oíste esa voz…

—… el miércoles pasado —puntualizó el chico.

—Y, cuando oíste esa voz el miércoles pasado, ¿qué es lo que hiciste?

Le clavó la mirada en los ojos. Quería leer en su alma si mentía.

—Me pilló por la calle, al lado de casa. Empecé a oír las voces, las mismas que me dijeron que matara al gato, ya se lo he dicho, solo que esta vez eran más fuertes. Tuve miedo. Me subí a casa y encendí el ordenador…

—Estudias informática, ¿verdad?

—Sí, voy a acabar ya. Me queda terminar cuarto y el TFG.

Se fijó en que el comisario no parpadeaba, mirando su rostro. Hubo un leve temblor en su mano derecha, se dominó y continuó hablando:

—Pues encendí el ordenador y me puse a jugar al Kill or die. Aquello me calmó. Es un juego muy violento.

—¿Y eres bueno en ese juego?

—Muuuy bueno —sonrió.

El comisario se levantó y salió al pasillo. Desde detrás del cristal podía ver sus reacciones.

Era mucho más grande que la silla. La mesa y las esposas también resultaban pequeñas para sus casi dos metros y sus ciento veinte o ciento treinta kilos.

«Si te da una hostia con la mano abierta, la cabeza te da una vuelta. El muchachito de los cojones es un gigante», se dijo.

—Así que usted puede certificar que padece esquizofrenia desde la pubertad —le dijo al doctor, que estaba mirando en el pasillo junto a varios agentes.

—Sí. Charlie es un esquizofrénico. Oye ecos en su cabeza, voces que le ordenan, a veces, hacer el mal, destrozar cosas, matar animales, incendiar contenedores…

—… y asesinar.

—Lo de matar a la gente es nuevo —dijo el psiquiatra.

El comisario se le quedó mirando. El pasillo era frío y se había colado la humedad de la tormenta de primera hora de la tarde. Tembló. No sabría decir si era por el frío o por recordar lo que había hecho el dulce chaval.

—¿Ha hablado usted con su paciente?

—Hace unos quince días o así que lo vi por última vez.

—¿Y cómo es que nos está revelando usted su enfermedad si no tiene su autorización? ¿No tienen ustedes obligación de guardar secreto profesional como si fueran curas que los oyen en confesión?

El doctor sacó unos folios de una carpeta. Era evidente que traía aquello preparado porque estaba seguro de que se lo iban a preguntar. El comisario leyó muy rápido. Pasó solo un minuto.

—Así que el paciente le ordenó que revelara su enfermedad y diera detalles a la autoridad si era necesario…

El psiquiatra asentía y sonreía.

—… hace tres años… curioso. Este papel tiene fecha de hace tres años.

—Sí. Es cuando Charlie empezó a pasar consulta conmigo. ¿Sabe? Heredó de su madre. Al morir ella, se debió terminar descontrolando su esquizofrenia. Dice que las voces estaban ahí desde que era un chaval, pero que las controlaba.

El comisario guardó silencio, pensativo. Dirigió su mirada al acusado, al otro lado del cristal. Todos los que estaban en el pasillo miraron al muchacho.

Charlie, desde dentro, se imaginaba que detrás del espejo habría unas cinco o seis personas, entre polis y médicos. Seguro que habían llamado a su psiquiatra.

Sonrió.

«Dinero bien invertido. El cabrón del psiquiatra es un sacacuartos. Tres años pagando consultas para llegar aquí. Pero yo no podía permitir que ese hijo de puta siguiera tan pancho. Lo he hecho bien, siempre tendré la excusa de que estoy como una cabra y todo se quedará en unos cuantos años en un psiquiátrico. Hasta terminaré un par de máster a distancia.

»No podía consentir que te quedaras tan tranquilo después de haberme violado tantas veces. Hasta mi madre estaba de acuerdo en lo que me hacías, la muy cabrona. Una cosa es que fuerais amantes y otra distinta es que abusases de su hijo, mamonazo…».

Detrás del espejo, un agente, sudando y respirando entrecortadamente, se acercó al comisario:

—Señor, hemos encontrado una relación entre la víctima y el acusado. No era un desconocido. 

Le dio un folio al superior. Este lo leyó muy rápido, sonrió y dijo:

—Sí. Esto lo cambia todo: conoce al hombre que ha asesinado.  Si nos ha mentido en esto, creo que nos ha mentido en todo lo que le haya salido de los huevos.

Miró al psiquiatra:

—Pienso que su angelito lo ha hecho todo a sangre fría. Es un maldito cabrón y vamos a demostrárselo.

Charlie, en la sala de interrogatorios, seguía sonriendo.


 

© Guillermo Arquillos

Año 2022. Agosto, día 6

 


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