Feliz cumpleaños, John
Feliz cumpleaños, John
—¿Está
dentro mi hijo? Decidme, ¿está dentro John? —gritó la mujer.
Rose
no podía dejar de llorar mientras juntaba las manos y miraba hacia lo alto.
Estaba segura de que su hijo, que hoy cumplía veintidós años, se encontraba
dentro del edificio.
Había
dejado de llover y soplaba un viento de los que rebotan en los huesos y muerden
en el alma. Rose no temblaba por el frío, sino por su hijo, por el miedo a que
lo mataran.
En
aquel barrio, hecho de casas de delgadas maderas, todos se conocían, todos
sabían quién era John y quién era su madre. Y todos sabían de las dificultades
que el hijo había tenido en la convivencia con el padre hasta que este se fue.
El joven, cuando descubrió que su padre se había marchado, pareció enloquecer.
Detrás
del cordón policial, los paramédicos sacaron dos chavales más. La chica solo
tenía un ataque de nervios. Al muchacho todavía le quedaban ánimos para
intentar ocultar su herida, en el hombro izquierdo.
Al
poco rato, en silencio, salió una camilla con el muerto número veintiuno. A
Rose, alejada del resto de las familias, se le escapó un suspiro: el cadáver no
era el de su hijo.
Un
matrimonio exclamó:
«¡No,
Sammy! ¡No, por Dios! ¡No es justo, no es justo! ¡Sammy, Sammy!».
Se
oyó la emisora de la policía:
—Por
las cámaras térmicas sabemos que hay dos personas en el instituto.
—¿Situación?
—preguntó el ayudante del sheriff.
—Hay
un joven detrás de la puerta de un aula de la segunda planta. Nuestro compañero
está en el pasillo, pero no puede verlo.
El
sheriff agarró con rabia el micrófono:
—¿Es
que sois gilipollas? Avisadlo por la radio inmediatamente. ¿Es que queréis otro
compañero muerto?
Entre
los veintiún cadáveres había dos policías. El resto eran solo unos críos. Nadie
tendría que haber pagado con su vida las frustraciones de un niñato. Todos
conocían a los muertos. La ciudad estaría mucho tiempo de luto.
Rose
imaginó que a su hijo no le quedaba más remedio que morir o matar. No había
otra alternativa.
—Tiene
estropeada la radio, quizá la ha alcanzado una bala —se oyó la voz metálica que
informaba a los responsables—. No hay manera de que nos pongamos en contacto
con él.
—¿Y
el tutor del programa? —preguntó el ayudante del sheriff.
—Richard
está en el patio, en una bolsa de plástico —hubo un pequeño silencio—. Lo
siento Mike.
El
ayudante aporreó el techo del coche que les servía de parapeto.
—Me
cago en mi sombra, me cago en la leche… ¡Dios! ¡Todo me tiene que salir mal!
¡Para una puta idea que tengo!
—Cállate,
Mike —ordenó el sheriff—. Ahora no es el momento de andar con llantos.
Se
quedaron en silencio.
—¿Alguna
idea?
—Como
no entren gritando para avisarlo… —respondió el ayudante.
El
sheriff no se lo pensó dos veces:
—Tú y
tú —dijo señalando a dos policías—, entrad ahora mismo gritando que no abra la
puerta del aula, que está esperándolo detrás.
Luego
miró a otro compañero:
—Que
te digan dónde coño está la megafonía. Hay que decirlo por la megafonía del
instituto.
Rose
supo que, por más prisa que se dieran, allí habría otro cadáver más. Podía ser
el de su hijo, pobre chaval, precisamente aquel día... Las otras familias la
miraban desde lejos mientras cuchicheaban.
De
repente, se oyó un disparo. No dio tiempo a nada más. No hubo mensajes por
megafonía, no hubo gritos avisando. Un único disparo y el silencio. Todos
callaron y miraron a la salida. Pasaron unos minutos.
Y,
por fin, la puerta se abrió. El joven policía, con el arma en la mano, salió al
patio, un poco desorientado, por la luz que ahora había.
—¡Gracias
a Dios!, ¡gracias a Dios! —gritó Rose.
Se
saltó el cordón policial, pero nadie intentó detenerla cuando iba a abrazar a
su hijo: el muerto número veintidós no era él.
Era
el primer día del programa de prácticas que había diseñado el ayudante del
sheriff. El joven policía jamás olvidaría aquella mañana en la que un chico,
que había perdido la cabeza, terminó causando una masacre en el instituto y
mató, entre otros, a su tutor de prácticas. Tuvo que abatir al chaval en
defensa propia.
¡Feliz
cumpleaños, John!
© Guillermo
Arquillos
Año
2022. Julio, día 30
Perfecto, Guillermo. Una buena intriga y, de tan habitual en los telediarios, muy creible. Un abrazo, genio!!.
ResponderEliminarMuchas gracias, Blas. Poco a poco. Ya estoy liado con otras cosillas. El caso es no para de leer, escribir y estudiar. Espero que a ti te vaya estupendamente y que pronto termines tu nueva novela. Un abrazo
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