Mirar al mar
Mirar al mar
«¿Qué estarás haciendo ahora? Quisiera tenerte conmigo y
matarte a besos», pensaba Fátima. Le gustaba sentarse en un banco, junto al
espigón, para ver cómo iban y venían las olas.
Como cada día, estuvo un buen rato mirando lejos de la
playa, donde acababa el mar, y dentro de su memoria, donde guardaba sus
recuerdos. Allí volvía a crecer junto a su hermana Myriam, la de los cabellos
negros, la sonrisa blanca, los juegos y las risas.
Doce años antes, las dos se habían casado con los hombres
que eligieron sus familias. Fátima y su esposo vinieron a España; su hermana se
quedó en Tánger, viviendo peor que ella porque, en un mal negocio, su marido se
arruinó. A pesar de todo, las dos eran felices. Se llamaban diariamente y les
gustaba oírse y reírse juntas.
Un día, Myriam le anunció que estaba embarazada. «Es lo que
siempre he deseado. Cuando nazca el niño, seremos una familia completa». Muy
pronto, su marido decidió que vendrían a España para buscar un futuro mejor.
«¿Qué estarás haciendo ahora, Myriam?». Lo último que supo
de ella fue que vendrían en una patera. Fátima no quería creer que a su hermana
le hubiera ocurrido algo grave. Se imaginaba que, simplemente, su marido no permitía
que estuvieran en contacto.
La noche del viaje fue aquel maldito día en que murieron
tantos náufragos en el Estrecho.
Myriam no sabía nadar.
© Guillermo Arquillos
25/08/2022
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