Mirar en la estación

 



Mirar en la estación

 

Si sabes mirar, puedes aprender mucho de la naturaleza humana observando a la gente en una olvidada estación de tren entre Mariúpol y Kiev.

Abre bien los ojos: quizá veas el rostro ilusionado de Natalia, siempre un poco antes de las siete de la tarde, cuando pasa el tren hacia la capital. O tal vez te fijes en Klara, que baja a las vías a ver llegar a los héroes.

Cada día, hay muchos en la estación que los aguardan. Vendrán esta semana: el alto mando lo ha confirmado, pero nadie sabe cuándo, porque los rusos no están dejando pasar convoyes ucranianos. Ya no hay tranquilidad ni para los heridos o los moribundos.

Dime, ¿qué ves en los ojos de Natalia? ¿No te das cuenta de que es una mujer enamorada, que ha sufrido un enorme shock cuando se han llevado al frente a su marido, Demyan?

Quedan unos minutos. A Klara, a Natalia y a todos los vecinos les duele el cuello de levantar la cabeza y mirar a lo lejos. Quieren que pase el tiempo, que la máquina corra más. Quizá si sonríen al horizonte, si se ponen de puntillas, si hablan entre ellos como si no hubiera un invasor ni varios muertos en cada familia… quizá pudiera parecer que nada ha cambiado. Pero no es cierto. Obsérvalos: sus vidas se han transformado para siempre.

¿Sabes que Klara fue novia de Demyan? ¿Crees que ha dejado de recordar el olor del cuerpo que besó en las noches de verano? ¿Piensas que no le dolió que terminara formando una familia con Natalia?

¿Cómo imaginas que Natalia va a recibir a su hombre? ¿Le dirá las palabras que ha ensayado delante del espejo, mientras se pintaba los labios? ¿Le recordará las horas de amor y de trabajo que han pasado en el pequeño huerto de su casa? ¿Le repetirá que es el más apuesto, fuerte y adorable de este pueblo sin nombre? ¿Le recordará que se pertenecen el uno al otro para siempre?

 

¡Ya vienen! Sí, mira, mira. La gente está dando saltos de alegría. ¡Regresan los héroes! Ese tren llega para devolver la felicidad a sus vidas. No importa que algunos estén enfermos o que vengan heridos: son sus hombres, los dueños de las almas de las enamoradas, de los padres orgullosos y de los hijos que presumen de llevar su sangre.

¡Se acerca! Sí, sí, se está acercando. Por fin se detiene. Los vecinos se aprietan en el andén para escuchar el delicioso sonido de los frenos y de las puertas de los vagones al abrirse…

Silencio.

Mucho silencio. Se oye respirar incluso al aire. Dos perros se ladran a lo lejos, quizá sean enemigos.

Empiezan a bajar: ¡Qué horror! Cuerpos mutilados. Hombres sin brazos, con las cabezas vendadas o los ojos tapados, guiados por compañeros que hacen de lazarillos. Decenas de muletas, bastones y palos para apoyarse al andar. Entre varios compañeros, bajan del tren una camilla y la sorpresa enmudece la estación.

Se oyen las quejas de quienes necesitan nuevas dosis de morfina.

 

—Hola Natalia. ¡Cuánto te he echado de menos! —dice Demyan, en medio de la multitud.

El hombre, con una pierna amputada, le sonríe a su mujer usando unas muletas.

—¿Quién eres tú? —dice Natalia con cara de extrañeza—. Yo estoy esperando a mi marido.

—Soy yo, Natalia. Soy Demyan. ¿No me reconoces?

—Tú no eres mi Demyan. No trates de engañarme. Mi marido tiene la cara sonriente, no como la tuya; es fuerte y apuesto, no como tú. Y tiene las dos piernas, a ti te falta una.

—Pero, si soy yo, ¡mi amor! He dado mi sangre y mi pierna por todos vosotros; por mi patria, por ti, cariño, por ti… —la mirada de Demyan no sabe dónde posarse.

Los ojos de ella no conocen a su esposo. Solo ven la imagen de un inválido, un barbudo mal vestido y sucio. Un muchacho maloliente que dice palabras que el cerebro de la chica no puede aceptar.

La gente se va marchando de la estación. Demyan sigue suplicando a Natalia. No comprende qué le sucede.

Ahora quedan solamente tres personas. ¿No los ves? ¿No ves la cara de incredulidad de Natalia y de frustración de Demyan? ¿No oyes sus juramentos?

Klara está serena. Sí, Klara, la que permanece alejada desde hace años, la que ahora se acerca, cuando Natalia se gira y se marcha. La que sujeta los brazos del héroe con un gesto de amor.

—Bienvenido Demyan. Bienvenido, cariño —le dice.

EPÍLOGO

Si sabes mirar, puedes aprender mucho de la naturaleza humana observando a Natalia en la estación del pueblo. Cada día, cada semana, cada mes, la chica baja allí y espera a su imaginario Demyan: el que ha inventado, porque en su interior desea amar a alguien que ni existe ni existirá jamás. Un ser ilusorio, de esos que solamente viven en nuestra fantasía.

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©Guillermo Arquillos

Año 2022. Junio, día 22

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