CAMPO DE CACTUS
CAMPO DE CACTUS
Martina enterró el cadáver un poco más allá de los
matorrales que estaban detrás del cactus grande. Al principio comenzó a darle
vueltas a la idea de matar a Sonia solo como un divertimento, una especie de
pasatiempo para su mente, harta de trabajar en los problemas que su jefe le
dejaba amontonados en las carpetas de su mesa. Luego, la idea fue creciendo en
su cerebro.
Aunque vivían juntas, Martina no quería Sonia. Pero no fue
esa la causa por la que la mató. Sonia, por cierto, se había resistido a morir
y Martina, que era más fuerte que ella, tuvo que apretar bien fuerte las manos
alrededor de su cuello hasta que se convenció de que había dejado de respirar.
Después vino la desagradable escena de montarla en el maletero, arrastrándola
por el jardín, y llevarla hasta el camino de tierra, lejos de la ciudad. Allí
hizo un buen hoyo en la tierra blanda y la enterró.
La mató por su dinero, el que se negaba a compartir con ella,
el que había heredado de sus padres y utilizaba para chantajearla y tenerla
todo el día a su alrededor, sin libertad, como un perro faldero. La mató porque
quería ser independiente y porque se sabía de memoria las claves de las cuentas
de Sonia.
De pronto, alguien llamó a su móvil. Martina se quedó
helada: era el número de Sonia. Tardó en descolgar un buen rato, mientras
trataba de encajar aquella sorpresa. Estaba segura de que había dejado el móvil
con el cadáver, enterrado detrás del cactus. Descolgó, oyó una respiración —que
se imaginó que era la de un hombre— y colgaron.
Las manos de Martina parecía que tenían vida propia, temblando por su
cuenta, sin pedir permiso a su cerebro. Notó cómo le caía una gota de sudor por
la frente y se detenía en una de sus cejas. Apretó los labios con fuerza.
Lo primero que pensó fue que tenía que haber cometido un
error, que debía de haberse dejado en alguna parte el móvil de Sonia. ¿Quién
habría encontrado el teléfono? Martina repasaba una y otra vez la escena: después
de estrangularla, había desnudado a su amiga, había llevado su cuerpo hasta el camino
y la había enterrado, envuelta en plástico. Allí puso su móvil.
***
El hombre se había caído sobre un grupo numeroso de cactus
pequeños pero muy puntiagudos. Por la extraña y desagradable posición de sus
piernas, se deducía que se había roto algo al caer sobre las púas de las
plantas del desierto que atravesaban su cuerpo una y mil veces. Martina, en
cuanto llegó al lugar, reconoció el móvil de su amiga, caído, fuera del alcance
del desconocido.
—He llamado al primer número que hay en el teléfono —se
disculpó con una débil voz— ¿Es el tuyo?
Sonia tenía que pensar muy deprisa: o le echaba una mano y
salvaba a aquel hombre, que ya había perdido mucha sangre, sacándolo como
pudiera del laberinto de cactus, o dejaba que la naturaleza actuara. Según le contó
el desconocido, le gustaba pasear a solas en la oscuridad y la vio enterrar el cadáver
de una mujer. Pensó que el móvil tendría una buena venta en Internet. Le juró y
le perjuró que le importaban tres rábanos lo que se trajera con la muerta. Que
lo único que quería era el móvil y que tropezó en una mala caída. Ahora le
dolían mucho las piernas y tenía el cuerpo atravesado por las agujas de los
cactus, algunos de los cuales quizá fueran venenosos.
—Échame una mano, por favor. Te juro que no diré nada a
nadie.
Todavía era de noche. La luna estaba siendo testigo de la
conversación. Hacía frío, el frío del desierto cuando no hace sol. Martina se
estremeció cuando fue consciente de que tenía que decidir. Levantó la mirada y
vio a algunos buitres girando por encima de su cabeza.
Y, entonces, resolvió que aquel extraño no le iba a causar
ningún problema. Se acercó con cuidado a su lado y, con mucha delicadeza, cogió
el móvil de su amiga y fue lentamente hacia el coche, entre los gritos del
desconocido, clavado contra los cactus, inmóvil e indefenso.
Cuando arrancó el coche para volver a la ciudad, los
primeros buitres se posaron sobre el cuerpo de aquel hombre, horrorizado por lo
que iba a ocurrirle.
La naturaleza siempre termina actuando. Martina recordó
mentalmente las claves de las cuentas de su amiga.
Y sonrió.
© Guillermo Arquillos —08/01/2023
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