El favorcito
EL FAVORCITO
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l lunes, a primera hora, el director
llamó al becario a su despacho; lo estaba esperando. Apenas se sentó, el hombre
comenzó a hablar:
—Así que, Genaro, tú eres…
—Perdone, señor, pero me llamo Gerardo —dijo el chaval
torciendo el gesto.
El director se quedó en silencio, mirándolo a los ojos y sonrió.
Era la sonrisa que el chico había visto tantas veces en los encargados; siempre
lo trataban como si fuera invisible.
—Eso es, ¡Gerardo! No te imaginas cuántas cosas tengo en la
cabeza.
Gerardo asintió:
—Comprendo, señor.
El chico leyó en el rostro del jefe cierta incomodidad.
«Está sentado en ese lado de la mesa, con sus canas, su traje a medida y sus
millones; no necesita la comprensión de un mosquito como yo», pensó.
Pasaron unos segundos en los que ambos se miraron a los
ojos. Se escuchaba el zumbido del aire acondicionado; de la calle llegó el eco de
una sirena que se alejaba.
—De modo que te gustaría quedarte en la empresa, ¿no es eso,
Genaro? —dijo el superior.
—Gerardo, señor… —volvió a corregir el becario—. Y sí, lleva
usted razón; termino las prácticas la semana que viene y daría lo que fuera por
firmar un contrato aquí. Me gusta cómo organizan el trabajo y creo que…
—Sí, sí —interrumpió el director con un gesto de impaciencia—.
Puedes estar tranquilo porque estamos considerando tu permanencia con nosotros.
Gerardo entrecerró los ojos, incrédulo. Un amago de sonrisa torció
sus labios.
—Sin embargo —dijo el jefe—, tengo que pedirte un favorcito.
«Ahí está, cabrito», se dijo el chaval. «Para esto me has
llamado. Ya sabía yo que esto no iba a ser tan fácil».
—Dígame, señor.
—Es muy sencillo… —Al jefazo comenzó a temblarle la papada;
se puso colorado—. En realidad, si vas a formar parte de nuestra gran familia,
estoy seguro de que no tendría ni que comentarte esto, chico. Porque
indudablemente valoras… —Las manos del director estaban temblando, le había
clavado la mirada al becario—… seguro que sabes que, a veces, se cuentan cosas
que ocurren en los despachos de una manera…, bueno, quiero decir que, a veces,
las cosas no son exactamente como le llegan a uno… ¿no es cierto?
El máximo responsable de la empresa, el dios absoluto que
decidía sobre la vida de más de doscientos empleados y sus familias, agachó un
poco la cabeza, levantó las cejas y lo miró por encima de las gafas. Su mirada
era toda una pregunta.
—No sé a qué se refiere, señor…
Con la mano abierta, el hombre dio un golpe con fuerza sobre
la mesa y dijo casi gritando:
—¡Sabes perfectamente lo que te estoy diciendo, Genaro!
—Gerardo —corrigió con calma el muchacho.
—Gerardo, Genaro, me importa una mierda. Te lo voy a decir bien
clarito, gilipollas. Te vamos a contratar si te quedas callado. Si me entero de
que abres la boca, ya me encargaré yo de que no encuentres trabajo ni recogiendo
basura. ¿Entendido? Mientras sea la palabra de ella contra la mía, no hay
problema. Esa zorra me va a hacer pasar un mal trago, por supuesto, pero no me importa
porque tengo coartada. Y buenos abogados. Escúchame bien, como tú abras el
pico…
El becario movió la cabeza de un lado a otro y sonrió. No
dijo nada.
—¿Te bastan doscientos mil y un puesto de encargado?
—propuso el jefe. Se mordió el labio inferior.
Ahora Gerardo estaba seguro. De alguna manera, aquel tipo había
abusado de Eladia, su compañera de piso. El viernes, al regresar del trabajo, la
chica le contó que estaba mal, muy mal; pero no llegó a confiarle lo que había
pasado exactamente ni en qué despacho había sido. Antes de encerrarse en su
cuarto a llorar le dio algunas pistas, muy pocas, y él se pasó todo el fin de
semana intentando armar el rompecabezas.
Volvió a negar con un gesto y el director abrió la boca,
atónito, cuando el becario se puso de pie.
—Tengo que hacer algo, señor. Es solo un momento; lo que
tardo en cruzar la calle —dijo con frialdad.
Saliendo del edificio principal de la empresa, justo
enfrente, había una comisaría de policía.
© Guillermo Arquillos
11-09-2024
Muy bueno, Guillermo. Creo que te encanta escribir este tipo de relatos: con cierta intriga, con la solución al final, con diálogos ágiles y final abierto (o cerrado). ¡Qué más da!
ResponderEliminar(Pensé en otro giro distinto del relato cuando el jefe confunde el nombre (Genaro, Gerardo) de manera insistente, sin saber cuál. Da pistas de lo que el jefe quería: el favorcito. Me gusta así)
Veo que lo has colocado hoy en tu "blog", y viendo el historial, te prodigas poco.
Un abrazo.
Bueno, en verano no he subido casi nada. Ahora iré subiendo cosas poco a poco. Gracias por comentar.
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