EL ARCANO XIII

 


EL ARCANO XIII

—¿Puedo tocarte? —le preguntó el esposo.

Ella abrió bien los ojos y le dirigió una mirada triste y una sonrisa de media boca. Se puso el pulgar delante de los labios con suavidad:

—¡Chisss, chisss! —fue lo único que dijo Elvira.

Y entre ellos se hizo un silencio largo, profundo y enamorado.

Así comenzó todo. Las mañanas les facilitaban el silencio, porque no se podían ver —Álvaro se perdía en sus negocios—, ni siquiera a medio día —Álvaro tomaba cualquier cosa en la oficina—. Por la noche, Elvira siempre lo mandaba callar —Álvaro obedecía como un perro sumiso—. Ella no le dirigía ni una palabra.

Así se querían. De una forma extraña, arcana e inexplicable, como las cartas de tarot que Elvira consultaba de joven y que ahora andarían por cualquier cajón, quién sabe dónde diablos las habría metido Álvaro. Se miraban, se sonreían y lloraban juntos un buen rato imaginando lo que podrían haberse querido si no hubiera pasado lo que pasó.

A los dos meses exactos, casi mil quinientas horas después, Álvaro se decidió a incumplir la orden que ella le había dado:

—Por lo menos, hoy podremos hablar un poco …, aunque solo sea un poco, ¿no? Hoy hace años que nos conocimos…

Elvira se puso en los labios el dedo de dar órdenes y mandó silencio otra vez. Así agonizaron los días y las noches de tres meses más, hasta que Álvaro enfermó.

Álvaro y Elvira siempre habían sido una pareja muy particular. Él podía romper una puerta de un puñetazo y se movía como el gorila jefe de una manada, ella se refrescaba la cara con delicadeza cuando se sonrojaba y se ponía de puntillas para llegar al pecho de su marido. Pero Elvira, con el dedo de ordenar, lo dominaba.

Menos aquella vez. Aquella vez la esposa comenzó a echarle las cartas y el esposo le gritó y le gritó que se dejara de supersticiones. Ella inclinó la cabeza hacia atrás, dejó caer su melena en el aire y comenzó a reírse a carcajadas. A él le temblaron las manos.

—Mi madre murió el día que sacó el arcano XIII para mi padre. Por favor, Elvira, no sigas, no sigas… —suplicó el gigante.

Elvira entró entonces en una especie de trance como de risa sin control y él se sintió profundamente humillado. En aquel momento, le dio un golpe. Solo le hizo falta un golpe para dejar salir su miedo, el que había nacido cuando vio en manos de ella el arcano XIII del tarot: la carta de la muerte.

 

Después de cinco meses de silencio absoluto, Álvaro estaba muy mal. Dejó de ir a la oficina, se quedaba todo el tiempo en cama y una vecina que tenía llave le traía la comida o le hacía las cosas de la casa.

Por la noche, después de enfermar cada día un poco más, se atrevió de nuevo a hablarle a Elvira:

—¿Puedo tocarte? —le preguntó.

Ella le sonrió y ya no se puso el dedo de ordenar en los labios:

—Hoy sí, cariño. Hoy, por fin, puedes tomar mi mano —dijo Elvira sonriendo.

Él la acarició y, poco a poco, fue quedándose sin respiración.

—Estaba deseando que pudiéramos volver a reunirnos a este lado —añadió la esposa.

Álvaro, antes de morir, cerró los ojos con una sonrisa y vio en la oscuridad, acercándose, el arcano XIII del tarot.

 

© Guillermo Arquillos 20/11/2023


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