MENUDA NOCHE DE TORMENTA
MENUDA NOCHE DE TORMENTA
De la noche en que sucedió todo no hay mucho que contar, la
verdad: solo unos detalles sobre el tiempo, sobre Lorena y María, sobre Sebas,
siempre tan atento, y sobre lo que le pasó... Ah, sí, se me olvidaba, el
culpable de todo fue Bartolo, cómo no.
Empecemos por el tiempo. Hacía meses que no llovía, pero
aquella noche, por fin, el cielo se acordó de lo que debía hacer para que
lloviera en condiciones. La tormenta fue terrible. Lorena, que estaba muerta de
miedo, se refugió en casa de María. Tan solo tuvo que cruzar la calle, esquivar
los charcos y protegerse del aguacero como buenamente pudo. Poco más.
Las dos amigas se sentaron frente a la chimenea y se
abrazaron al segundo trueno. Luego se arroparon con unas mantas porque estaban
temblando, más por miedo que por otra cosa. Seguro que recordáis que aquel
diluvio fue breve y que no causó estragos en el pueblo. Fue una suerte.
Lorena le contó a su amiga que Bartolo llevaba varios días
sin llamarla. Era algo habitual, le explicó. Se iba a Alemania o Eslovaquia con
una carga de melocotones, por decir algo, y, como se sentía solo, pobrecito mío,
a mitad de la provincia de Burgos recogía a una pelandusca que lo acompañaba. Así
no pasaba frío de noche en la cabina del camión. Si coincidía que la chica de
costumbre tenía ganas de hacer turismo, olvidaba, hay que joderse, olvidaba de
repente que tenía una mujer a quien llamar. Ni siquiera respondía a sus mensajes,
el muy cerdo.
Así estaban las cosas cuando Bartolo llamó a Lorena desde
Hamburgo.
Que por qué no me has llamado; que no he podido; que eres un
cabrito y no te importo nada; que yo te quiero mucho mucho, Lorena; que María dice
que te mande a la porra, que a esa zorra quién le ha pedido opinión… Y Lorena
llorando, llorando y soltando insultos por su boca… En fin, lo de siempre. Bueno,
vosotros me diréis: lo de siempre hasta cierto punto, que nadie entendía por
qué Lorena seguía soportando a un desgraciado como ese.
De pronto, Bartolo, muy nervioso, le soltó:
—Lorena, por favor, cariño, mira en mi mesita que me he
dejado un boleto del Euromillones, que yo siempre echo los mismos números. Han
dicho la combinación en la radio y estoy seguro de que me ha tocado.
Y aquí viene lo segundo que os tengo que contar: después de
gritarle y llamarlo cabronazo, Lorena le colgó a su cariñito y lo dejó con la
palabra en la boca. Se quedó mirando el fuego de la chimenea. Bartolo volvió a
llamar un par de veces; pero ella, ni caso, con los ojos hartándose de mirar a las
llamas.
Después de un rato, María se levantó a la cocina a preparar una
tila. «El bote es de cuarenta millones», había dicho María, que miró en
Internet. Y Lorena, que seguía con la mirada en las llamas y que respiraba
despacito para escuchar sus latidos… De repente, nuestra amiga agarró el móvil,
llamó a Bartolo y le soltó que, por ella, se podía quedar en Hamburgo o en el
quinto infierno con la fulana que llevaba en el camión.
—Que no llevo ninguna, cariño.
—Que te vayas a la mierda, maldito mentiroso.
Y colgó. Punto.
Bueno, os cuento lo último y ya os dejo tranquilos, no os
preocupéis: todo sucedió muy rápido. Lorena le dijo a María que se iba, que se largaba,
que en cuanto viniera Sebas, el guapo del pueblo, desaparecía con él y con los
millones y que la buscasen en América, que allí se vivía de lujo. María se partía
de risa en la cocina. En ese momento, sonó el móvil de Lorena, y era Sebas. Había
tenido un accidente con el coche y estaba, no sabía dónde, con las piernas
rotas. No podían huir, claro. Él, por su parte, estaría encantado, pero ¡menuda
noche de tormenta y mala pata…! Y eso, que nunca supo nada del premio.
Con esto ya lo sabéis todo, no hace falta que os dé más
detalles. Cuarenta millones son muy golosos. Cuarenta millones que impulsaron a
María a empuñar un cuchillo y acercarse al sofá, donde Lorena estaba echada, envuelta
en la manta.
«Solo tengo que cobrar el premio y largarme —pensó María—.
Ya me las apañaré con Bartolo cuando vuelva».
María lo tenía todo planeado. Todo, todo, salvo un detalle,
ya os habréis imaginado: semanas después, llamaron a la Guardia Civil contando que
algo raro había sucedido, porque Bartolo, a quien le habían tocado los
millones, había desaparecido.
¿No sabéis quién llamó? Bueno, la respuesta es bastante
clara: la única persona que sabía de lo del premio del Euromillones era la fulana
de Burgos, que lo esperaba impaciente. ¿Quién si no?
Si queréis ver a María, id a Brieva. En aquel sitio está, la
pobre, disfrutando de unas agradables vacaciones pagadas. El juez le ha dicho
que se esté allí cuarenta años.
Y un día.
© Guillermo Arquillos 21/12/2023
Guillermo!. Muy bien resuelto. Tal vez, por poner algún "pero", hay demasiadas cosas sobreentendidas, lo que obliga a estar muy atento en lo que se dice y cómo se dice. Creo yo. ¡Dále una vuelta!
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Blas. Sí. El final ha sido como una especie de corte abrupto y hay realmente demasiadas cosas sobreentendidas. Feliz año nuevo, Blas. Que este ya se está yendo...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato y me ha parecido muy bueno. Te felicito
ResponderEliminarMuchas gracias, Mariángeles.
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