LA VOTACIÓN O LAS CASTAÑAS
LA VOTACIÓN O LAS CASTAÑAS
Cuando el
grupo decidía recurrir al azar, cada uno tenía que comerse un fruto seco o una
fruta que dejaban en la sala. Al rato le pasaban un lector por el cuerpo y aquel
a quien le sonaba el detector era el designado.
—¿Eso son castañas?
—dijo Charlie.
En un plato,
en la estantería de atrás, había cinco, totalmente idénticas. Los otros cuatro hombres
miraron a Charlie en silencio. Estaban sudando, sentados alrededor de una larga
mesa. Bob y Mike hasta se habían quitado las camisetas.
Ya había habido
fuertes discusiones sobre la conveniencia o no de votar.
—Sí, chaval,
son castañas —dijo Mathius—. Podían haber metido el chip en mandarinas, en nueces
o en cualquier otra cosa. Quien se trague el chip, ya sabes…; de todos modos,
toda esa mierda es sintética, comida sintética para gente obediente. ¿Tú eres un
chico obediente?
—Si siempre
hiciera caso del poder no estaría aquí de los primeros, ¿no crees?
Mathius apretó
los labios. Lo mismo podía significar que estaba de acuerdo o que quería partirle
la boca a Charlie. Mientras se desafiaban con los ojos, los demás no hacían ningún
ruido.
—Tenemos solo
veinte minutos, así que dejaos de tonterías —dijo Bob, de pronto —. O votamos
para que uno de nosotros sea ejecutado o nos comemos las castañas y que elija la
suerte quién tiene que morir —Se pasó las manos por la boca, secándose la
comisura de los labios—. Una putada, es verdad, pero esto es lo que hay…
El poder
había determinado que en menos de un mes la población mundial tenía que
disminuir un veinte por ciento. Los iban reuniendo en grupos de cinco y les
daban media hora escasa para la designación. En caso contrario, los cinco
serían ejecutados. «El planeta —decía la autoridad— no puede proporcionar alimentos
para tantos seres humanos». El agua ya estaba racionada y pronto había que
hacer lo mismo con la mayoría de los alimentos.
—Yo creo que
los que deben caer primero tienen que ser los más viejunos —dijo Charlie,
mirando a Mathius—. Ya han vivido un montón y ya han disfrutado de la vida; ahora
nos toca a nosotros.
Los demás miraron
a Mathius, al otro lado de la mesa. Él apretó los puños.
—Y yo creo
que te voy a meter las cinco castañas por el culo, una a una —contestó—. Así
acabamos pronto: encontrarán el chip en tu barriga y te ejecutarán a ti,
mamonazo. Seguro que te gustaría que te las metiera.
Se pasó un
dedo por el cuello, como si se lo cortara, sin apartar la mirada.
Bob dijo:
—Charlie, ¿estás
loco? ¿quieres matar a los que tienen más experiencia sin darles una
oportunidad? Esta sociedad necesita gente con experiencia para salvarse.
—¡A la
mierda esta gentuza! —interrumpió Charlie echando la cabeza hacia atrás—. ¿No
entendéis, tíos? Los viejunos tienen el poder. Son ellos los que nos han
llevado a esta situación porque sólo piensan en sí mismos, como este cabrón de Mathius.
Por ellos se han agotado los recursos y por eso ahora tienen que hacer que disminuya
la población mundial.
Se secó la
frente, al fondo se oía un zumbido. Mathius sabía que el motor de la guillotina
ecológica necesitaba prepararse para funcionar. Ya estarían poniéndolo a punto.
Charlie continuó hablando en voz muy alta:
—Empiezan a
hacer los grupos con la gente menos obediente, pero eso es solo una excusa, porque
sobramos muchos más de un veinte por ciento. Estoy seguro de que van a acabar
con la mayoría.
Todos se
callaron negando con la cabeza. A través de la puerta llegaba un ruido cada vez
mayor, impregnado de un desagradable olor a taller de coches. Pasaron un par de
minutos en los que nadie supo qué decir.
Bob tosió.
Mike, el más
alto, se levantó y agarró el plato con las cinco castañas casi peladas que habían
dejado en la estantería. Sin decir nada, dejó una delante de cada compañero. Después
se sentó y puso la que quedaba frente a él. Entonces dijo:
—Creo que la
cosa es muy fácil. Sólo tenemos una opción porque, si discutimos para votar, nos
vamos a terminar matando todos ¿no os parece?
Pasaron unos
segundos.
—Llevas
razón, es una mierda, pero es lo más lógico —dijo Mathius, por fin.
Menos
Charlie, todos asintieron con un gesto.
Un momento
después, al ver que sus compañeros tomaban su castaña, terminaban de pelarla y
la mordían, también Charlie agarró la que tenía delante y, con cara
contrariada, preparó la suya, se la puso en la boca y se la comió.
© Guillermo Arquillos 07/11/2023
(Tema de la semana en el Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas CASTAÑAS).
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