Chispas
CHISPAS
El conductor del autobús siente rabia mientras aprieta el
volante. La discusión del desayuno le ha amargado el día. Como todos los años,
tendrá que soportar la cena de Nochebuena en casa de sus suegros, una cena de
besugo al horno y aburridas discusiones de fútbol y política. Echa de menos los
tiempos en que tenía un perro, su compañero cuando era un niño.
La mirada del conductor se desvía hacia la acera. Allí, un hombre con bigote está riñendo a un chico de unos doce años que lleva de la correa a un precioso dálmata de pelo blanco y negro. El conductor siente envidia del chico y le gustaría que el perro fuera suyo.
El quiosquero deja el puesto por un momento para socorrer a
una señora que ha soltado un grito. Al girarse, ve que un tipo con bigote está
increpando a un niño que pasea a un perro grande. Con las voces, la señora se
ha asustado y se le ha escapado el bolso de las manos. «¿Qué habrá hecho el
chaval para que le grite así?», se pregunta el quiosquero. El perro lo enamora
y no puede dejar de mirarlo.
Un hombre se asoma desde el sexto piso del edificio número
ocho y calcula el tiempo que le llevará caer al suelo, entre los coches. «No
más de cuatro segundos —piensa—, aunque tampoco importa demasiado». Se sienta
sobre la barandilla y balancea una pierna en el vacío. Abajo, en la parada, un
autobús acaba de detenerse, el quiosquero ayuda a una señora a recoger su bolso
y, un poco más allá, un tipo con bigote discute con un niño que tiene un perro
precioso. Por encima del ruido del tráfico se escucha un grito: «¡Chispas es
mío!». El hombre con bigote le contesta algo.
El conductor del autobús se siente cansado y aburrido, a
pesar de que la mañana acaba de empezar. Lo único que le alegra la vista es el
perro que tiene el niño, en la acera, más allá del quiosco. Ha oído que se
llama Chispas cuando ha abierto la puerta para que se monten los que estaban en
la parada.
El quiosquero y la señora guardan silencio. El tipo del
bigote vuelve a alzar la voz:
—Hay que devolverlo,
Jaime. No es nuestro. —Su tono es de impaciencia—. La familia ha puesto
carteles por todo el barrio y hemos quedado aquí con ellos. Es lo que hay que
hacer; cuando lleguen, les entregas a Chispas. Les dices lo bueno que es y se
lo das.
Jaime agacha la cabeza y mira sus zapatillas.
Una niña grita desde la otra acera: «Chispas, Chispas, por fin…,
¿dónde te habías metido?».
El perro alza la cabeza, mira hacia la otra acera, reconoce
a la niña y a sus padres, ladra un par de veces y se lanza a cruzar la calle corriendo,
sin pensar en nada más; a Jaime la correa se le escapa de las manos. El autobús
ya está de nuevo en marcha.
El hombre que quiere morir mira hacia abajo y se queda sin
aliento. El autobús no puede frenar a tiempo y arrolla al perro como si fuera
un trapo. Chispas sale despedido varios metros. Algunos coches se detienen al
ver el atropello de un perro tan grande. Él solo alcanza a ladrar un par de
veces más, antes de quedarse sobre el asfalto, quejándose, rodeado de un charco
de sangre. La chapa del collar, donde tiene grabado su nombre, también se tiñe
de rojo.
El hombre que va a morir siente un escalofrío al contemplar
el sufrimiento inacabable del dálmata. Abre los ojos de par en par y se horroriza
anticipando el insoportable dolor que va a sufrir cuando su cuerpo se estrelle contra
la calle. Imagina la terrible agonía que le espera, se aleja de la barandilla y
finalmente se desploma en el suelo de la terraza. No puede dejar de temblar… No
puede dejar de temblar y durante un buen rato apenas puede respirar. Tiene
sudores fríos, siente un miedo incontrolable a que le explote el corazón dentro
del pecho.
Algún día el hombre que no se
suicidó se lo explicará a su mujer. Algún día le revelará que en el último momento
cambió de idea, que salvó su vida al ver cómo un perro perdía la suya.
El perro se llamaba Chispas, era precioso y nadie podía
dejar de mirarlo.
© Guillermo Arquillos 16/11/2023
Genial relato, Guillermo. Acabo de leerlo y has cerrado el círculo maravillosa(mente). Te doy también mi mención de honor.
ResponderEliminarMuchas gracias, Blas. Me encanta que te haya gustado. Me importa mucho tu opinión. No te prives de decirme cosas que podría mejorar, ya sabes: lo importante es ir aprendiendo.
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