NO QUERÍA SER VIEJO
NO
QUERÍA SER VIEJO
Se
quejó del lumbago, fue al cuarto de baño arrastrando los pies y escupió una
flema en el váter. No quería ser viejo, pero lo era; no quería más arrugas en
la cara, pero cada día las tenía más profundas. Lo que peor llevaba eran las
canas, las canas y la artrosis. Además, a veces no controlaba bien la vejiga y estaba
desarrollando cataratas.
Se
miró en el espejo. Apretó los labios con rabia, agarró un cabello —casi todo el
pelo que le quedaba era blanco—, y tiró. Le dolió un poco, pero se sintió
aliviado: «Ya no tengo tantas canas», se dijo, sonriendo. Luego, agarró otra. Y
tiró. «Ya no estoy tan viejo».
Siguió
con su juego: otra más, y luego otra; ahora tres canas —tiraba con fuerza—, y
otras tres. De cuatro en cuatro, de cinco en cinco se quitaba las canas y las
iba dejando caer en el lavabo o en el váter. Se sentía mejor; cada vez mejor.
Se reía, se olvidó del lumbago y se fue enderezando. Hasta empezó a imaginarse
que la piel de las manos tenía menos arrugas.
Ya
no podía parar. Se fue arrancando todo el pelo que le quedaba y se iba
sintiendo mejor, cada vez más joven, cada vez más fuerte. Se reía, se reía...
De
pronto, sintió ganas de orinar, pero ya era tarde y echó de menos no tener
puesto un pañal. Habían dejado de dolerle los huesos y quiso gritar su alegría,
pero sólo fue capaz de decir «abba-pa-pá...».
©
Guillermo Arquillos 27/09/2023
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