EL GLOBO DESINFLADO
EL GLOBO DESINFLADO
—Así que usted insinúa que la
muerte de Sinclair no ha sido accidental —dijo el sheriff Marius.
Donovan se atusó su canoso bigote.
Ahora que se acercaba su jubilación, el detective Donovan se estaba quedando
anticuado en todo. Desde la calle llegó un desagradable y fuerte olor.
Marius tamborileó con los dedos
sobre la mesa. Era el sheriff del pueblo desde hacía veinte años.
—Yo no insinúo, sheriff, yo afirmo.
Esto no ha sido un accidente. Sinclair era el mejor piloto de globos
aerostáticos. ¿Cómo me explica su muerte?
—Algo debió de pasarle al maldito
globo. La científica dice que cuando se estrelló contra las ramas todavía
estaba inflado.
—Y yo le digo que eso es
imposible. El globo tenía que estar casi desinflado para caer como una piedra.
No hay otra explicación, ¿usted ha visto cómo ha quedado?
El sheriff levantó las cejas. Donovan
continuó:
—Además, mi compañía considera
imposible que Sinclair olvidara el paracaídas.
—Sinclair había dicho muchas
veces que no se lo ponía, que a él no le hacía falta —dijo el sheriff—. Ya ve,
son cosas que les pasan a los listillos.
El detective Donovan no se dio
por vencido.
—Aquí hay algo que huele mal
—dijo moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Es el bar de la esquina —bromeó el
sheriff.
Había bajado la voz, como si
pudieran oírlo, pero a Donovan no le hizo ninguna gracia:
—¿Ya le han hecho la autopsia?
—Naturalmente.
—¿Y han encontrado algo extraño?
—Nada. Un par de cervezas sin
digerir.
—No puede ser, no puede ser. Esto
hay que investigarlo a fondo, sheriff. Hay que repetir la autopsia —dijo Donovan—.
Su mujer se va a hacer rica, muy rica. ¿Sabe que Sinclair tenía un montón de
deudas? Voy a demostrar que esto ha sido un asesinato. —Se quedó pensativo un
momento. —O a lo mejor ha sido un suicidio. Para mi compañía de seguros esta
muerte puede suponer tres millones: los del seguro de vida que tenía contratado
con nosotros. —El detective se quedó mirando al sheriff—. ¿No se da cuenta? Aquí
hay algo que huele muy mal.
El sheriff se puso de mal humor.
—¿Sabe lo que huele mal de verdad,
detective Donovan? —dijo el sheriff, apretando los puños—. Lo que huele mal es
que un señorito de ciudad venga a este pueblo a contarnos que aquí hay
asesinatos o que la gente se suicida y no investigamos. Lo que huele mal es que
su compañía quiera cambiar la verdad para librarse de pagar los tres millones a
la viuda. Lo que huele mal es que venga a insultarnos y quiera revisar nuestras
autopsias y nuestra manera de investigar. Al fin y al cabo, ¿quién es usted,
Donovan, quién es usted? —dijo, marcando cada sílaba—. Yo se lo diré: usted es
un maldito perro que gana cuatro céntimos lamiendo la mano que le da de comer.
Hubo un corto silencio. El
sheriff tomó un respiro y continuó:
—¡Váyase, Donovan! Váyase por
donde ha venido. Consiga que los incautos contraten sus seguros para luego no
pagar lo acordado. Maldito sea. Váyase de aquí y déjenos en paz en este pueblo.
Donovan se levantó con parsimonia
e hizo una última advertencia:
—Amigo, no sé qué es lo que trata
de ocultar. Pero desde ahora mismo le digo que voy a llegar hasta el final.
—No me llame amigo, Donovan. Yo
no soy amigo de ningún señoritingo de ciudad.
—Nena,
los de los seguros han mandado a Donovan, ya te dije, el que está a punto de
jubilarse. Ese ya no es capaz de ver tres en un burro.
La
viuda de Sinclair sonrió.
—Lo
hemos hecho bien, cariño. Con unas pastillas en la cerveza y un dron para romper
el globo y que se desinflara... —dijo ella—. Tampoco ha sido tan difícil, ¿no?
—Claro
que no, nena. En cuanto cobres, nos casamos. Dentro de dos o tres semanas, ya
verás.
—Eso
es, cariño, dos o tres semanas.
Cuando
colgó, el sheriff sonrió pensando que la mujer era tonta. Seguro que se le
ocurría algo para acabar con ella en cuanto estuvieran casados.
Cuando
colgó, la mujer pensó que el sheriff era tonto. En cuanto cobrase el seguro, llevaría
el dron al FBI. Tenía las huellas dactilares del sheriff. «Tan estúpido es, que
ni llegó a darse cuenta de que lo estaba grabando cuando estrelló el dron contra
el globo —pensó— Hay que ser tonto...».
Cuando
colgaron, Donovan se alegró de haber dejado un micrófono en el despacho del
sheriff.
© Guillermo Arquillos —
27/04/2023
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