EL HOMBRE MÁS SOLITARIO DEL MUNDO
EL HOMBRE MÁS SOLITARIO DEL MUNDO
—¿Por qué leches habrán permitido
que Patricia me diga que Jonny ha estado vomitando? —grita Michael.
Por lo menos, cuando chilla oye su
propia voz.
El silencio lo aplasta, la responsabilidad
lo oprime; necesita hacer algo para vencer su miedo. Lleva semanas sin apenas
pegar ojo.
Está muy cansado: cansado de estar
preocupado, cansado de no escuchar a nadie durante veinte minutos por cada hora
que pasa. Está sudando.
—Intenta dormir, Michael —le ha
dicho su ingeniero, antes de regresar a la zona de sombra—. Tienes que
estar descansado por si tuvieras que hacer la maniobra tú mismo. Un pequeño
fallo…
—Un pequeño fallo sería inadmisible.
¡Ya lo sé! —lo ha interrumpido.
«Inadmisible, sí. Pero ¿para
quién?», ha pensado Michael. «Para la nación, supongo… O quizá para la Historia
con mayúsculas. Lo que es seguro es que, si todo saliera mal, tendría
que regresar sin mis dos compañeros. Terminarían muriendo de sed ahí abajo o dando
vueltas y más vueltas eternamente».
Se acuerda de nuevo en su hijo y le
tiembla un poco el brazo derecho: la última vez que el chiquillos vomitó,
tuvieron que llevarlo a urgencias. Siente frío.
—¡Maldita sea! —grita Michael con
todas sus fuerzas, aunque nadie lo oye—. ¡Estoy solo, solo…! Maldita sea mi suerte…
De pronto, las luces del control de
velocidad se ven borrosas. Luego, todo el panel de mando se desdibuja: Michael
está llorando. Sí, todo un teniente coronel, un ingeniero superespecializado, un
tipo duro que ya ha salido antes al espacio está llorando como si fuera un crío
con treinta y ocho años. La responsabilidad se hace más y más grande cada vez
que orbita la Luna sobre su cara oculta. Allí no puede comunicarse con nadie: ni
con sus compañeros que están dando saltitos para pasar a la Historia, ni con su
ingeniero de Houston, ni con los controladores que lo apoyan por toda la Tierra
para enlazar su señal.
—Formamos un buen equipo, joder—se
repite cuando recobra el aliento—. El presidente estará orgulloso si logro
recoger a los dos colegas cuando suban en su juguetito desde la superficie de
la Luna porque la misión será todo un éxito. ¡Somos grandes!
Casi nadie recordará al astronauta
que tiene más responsabilidad en aquel momento de la misión: Michael Collins.
Durante treinta y seis horas eternas, es el hombre más solitario del mundo
—así lo llamarán los titulares—.
—Ya verás, Mike —se tranquiliza en
voz alta—. Lo del pequeño John no será nada.
El módulo de mando sale de la zona
de sombra lunar y se restablecen las comunicaciones con Houston, a trescientos
mil kilómetros de la Tierra. Le quedan todavía más de veinte órbitas a la Luna.
En los telescopios, miles de ojos intentan ver el reflejo minúsculo del Sol en
su nave.
Michael se siente solo.
© Guillermo Arquillos — 28/11/2022
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLeído dos veces, maestro!!. No me quedaba claro.
ResponderEliminarGracias por comentar. Eso no es buena señal. Si no queda claro al lector, no está bien terminado. Bueno, todo es cuestión de intentarlo e intentarlo una y otra vez. Poco a poco. A veces, uno tiene las cosas muy nítidas en su mente, pero no logra transmitirlas bien en lo que escribe. Habrá que seguir estudiando y practicando. Gracias, Blas.
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