Corazón enfermo
Corazón enfermo
Chelo, que tiene dieciséis años, necesita un nuevo corazón. El
suyo nunca funcionará bien.
Julia, su madre, ha tenido el mismo sueño cada noche desde
que lo supo. Además, no olvidará jamás el accidente en el que murió su marido. «Lo
más injusto», piensa, «es que el traficante, ese tal Bruno, que conducía borracho
en dirección contraria, no tuvo ni un pequeño rasguño…». Hubo Una época en la que
deseó su muerte; pero cuando pasó un tiempo, también superó ese sentimiento.
Julia llora con frecuencia por Chelo. Los médicos estiman
que, si no encuentran pronto un corazón para el trasplante, es casi imposible que
logre sobrevivir más allá de unas cuantas semanas. La chica está luchando
contra el reloj.
A las once de la
mañana, Julia se pone tensa: han llamado del hospital para decirles que van a
recogerlas, que ha aparecido un corazón compatible. El donante acaba de
fallecer. Julia grita y llora. Siente alegría y miedo: «¿Qué podría hacer sin
mi pequeña si la operación no saliera bien?», se dice. «¿Cómo podría seguir
viviendo sin ella?».
Chelo comienza a sudar y sudar: un minuto después tiene
empapadas las manos, la frente y el cuerpo entero. Desde que han llamado y están
esperando a la ambulancia, los brazos no paran de temblarle; es algo que no
puede controlar. La imaginación le da mil vueltas y va pasando de la ilusión al
pánico. Se ríe con la cara llena de miedo.
La Organización Nacional de Trasplantes es muy eficaz. En
cuanto han extraído los órganos del donante y han estudiado si son compatibles
con los posibles receptores, los han distribuido en helicópteros que vuelan
hacia los distintos hospitales donde se van a hacer las intervenciones.
En la habitación de Chelo hay un silencio nervioso. El tiempo
se ha quedado inmóvil y las mentes de la hija y de la madre no avanzan. A Julia
le han tenido que traer un ansiolítico, lo necesitaba. Chelo ya está preparada
para la operación. Hay un fuerte olor a hospital. En el momento más inoportuno,
Carlos, un conocido de Julia, le pone un WhatsApp:
—Os deseo todo lo mejor —le dice—. En el pueblo no paran de
comentar que a Bruno, el chaval de los Céspedes, lo han matado esta mañana de
un disparo en la cabeza, cosas de traficantes… Yo he pensado en tu hija, porque
me han dicho que la familia ha accedido a donar todos los órganos del muchacho.
Ojalá sea compatible con Chelo, quizá tengáis suerte… Un abrazo, Julia, espero
que todo vaya bien.
La mirada de Julia se queda inmóvil. No puede creerlo. Por
un momento teme que le vaya a estallar la cabeza, el cuello y el pecho… Apenas
puede respirar.
—Mamá —dice su hija desde la cama en voz muy baja— ¿estás
bien? ¿Son malas noticias?
La madre no sabe qué contestar: la coincidencia en el nombre
de Bruno no puede ser una casualidad. Quiere gritar, quiere gritar… Quisiera
hacer cualquier cosa, cualquier cosa para que su marido la tomara de las manos
en este momento y la acariciase con su voz diciéndole: «Tranquila, Julia, tranquila…».
Solo es capaz de decir:
—Te quiero mucho, hija, no sabes cuánto… Ojalá pase todo de
una vez. Es como si ya hubiera vivido este momento. Sé que lo vas a conseguir, Chelo,
¡vamos a lograrlo…!
Chelo sonríe, pero el tiempo no avanza. Se oye el tic-tac
del reloj de la pared. Alguien está hablando a lo lejos, en el pasillo. De
repente, se empieza a escuchar el sonido de un helicóptero que se aproxima y dos
celadores vienen a buscar a la hija.
Julia se queda sola en la habitación; está llorando: un día
tuvo un sueño en el que transportaban el cadáver del chaval que chocó contra
ellos. Lo llevaban en un helicóptero.
La madre pasa un buen rato temblando. Le hacen compañía el tic-tac
del reloj y el latido acelerado de su corazón. En su mente se repite una única palabra:
Bruno. Su hija vivirá gracias al hombre que mató a su marido.
© Guillermo Arquillos — 7/12/2022
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