EN EL HOTEL MÁS CARO DEL MUNDO

 



EN EL HOTEL MÁS CARO DEL MUNDO

 

¿Más café, señora? —preguntó el camarero. Leti asintió.

El personal de servicio se situaba de modo que no molestase a los señores. La luz brillaba en los cubiertos de oro y en los bordes de la vajilla de lujo. El comedor privado, para los seis clientes, lucía cientos de detalles exclusivos.

—Leti, ¿cómo es que estás aquí?; ¿dónde anda Carlos? —preguntó Nacho.

Ella hizo un gesto de aburrimiento.

—Cuando lo he dejado, estaba duchándose.

—¿Solo? —dijo Sabina, clavándole la mirada.

Leti agachó la cabeza y resopló:

—Estoy harta, ¡joder! Estoy muy harta.

Y añadió:

—¡Tengo hambre!

Nacho y su mujer se miraron, torcieron la boca y negaron con la cabeza.

—Tú no estás aquí para tener hambre, ¿está claro? Carlos tiene que estar perfectamente atendido en todos los aspectos, ¿está claro? —dijo Nacho.

Leti detuvo su mirada en el delicado espejo de la pared del fondo.

—Hacéis que me sienta sucia, como una puta. ¿Es eso lo que queréis?

Sabina sonrió y le dijo:

—¿Como una puta…? Eso está bien. Tú, a tu trabajo y te dejas de moralinas, princesa. ¿Sabes lo que nos soltó ayer Carlos? —La miró ladeando la boca de nuevo—. Nos reveló que no está siendo feliz en este viaje, que está cansado de dar la vuelta al mundo en hoteles de lujo.

Leti bajó las cejas, se ajustó los tirantes del camisón de seda shahtoosh y se cogió un momento sus pechos de silicona.

—¿Qué coño va a hacer? ¿Os ha dicho qué leches quiere hacer?

Abrió bien los ojos. La crema de su cara desprendía un delicado olor a fruta fresca.

—Por lo visto está pensando en que nos volvamos a casa —dijo Sabina—. A veces le da vueltas a la idea de que no está contento con los millones. Se imagina colaborando con el Banco de Alimentos.

—¡Joder, joder! ¡Que done la pasta que quiera! —dijo Leti.

—No has entendido a mi mujer, chica —dijo Nacho—. Si no hacemos algo, Carlos se va a volver un día de estos. Él tira para Madrid y, por supuesto, regresamos todos con él; nosotros a nuestros trabajos y tú a tu maldito puti club.

Se oyeron unas gaviotas graznando varios pisos por debajo de la terraza. El horizonte se veía espléndido, el desayuno era magnífico y la música ambiente, deliciosa.

Leti se acordó de su apestoso club y casi tuvo una arcada.

Llegaron Esteban y Lucía. Al momento, ya estaban al corriente de lo que había dicho Carlos.

—Si permitimos que se vuelva, estamos perdidos, ¿está claro? —les insistió Nacho.

Esteban miró a los cuatro y les dijo:

—Carlos es muy dueño de hacer lo que le venga en gana…

Lucía se tapó la boca, Nacho carraspeó, Sabina apoyó la barbilla en el puño y Leti movió el cuerpo para sentarse mejor. Estaban alarmados.

Esteban extendió las manos boca abajo, tratando de pedir tranquilidad. Desprendía el mismo olor que Leti.

—Sí, sí. He dicho bien —añadió Esteban—. Puede hacer lo que quiera… Pero hay que convencerlo de que siga pagando nuestro viaje si ya no quiere continuar de hotel en hotel.

Los cuatro sonrieron.

—Hay que convencerlo de que costee nuestro itinerario —dijo Lucía—. Él, si quiere, que se sienta feliz volviendo a Madrid.

—¿Sabéis?, dice que el verdadero lujo es poder hacer en la vida lo que uno realmente desea. Y que él desea ayudar a los demás —dijo Sabina.

—¿Descargando camiones? ¡Pues vaya…! —dijo Leti— Este tío es gilipollas, tonto del culo total. ¿Y qué coño va a hacer entonces con los ciento veinte millones?

—No lo sé, bonita —dijo Nacho—. Pero una cosa es segura. Si él tira para Madrid, tú te vuelves con él. Así que espabila, que tú estás aquí por trabajo. Nosotros igual lo convencemos y seguimos viajando. Pero tú…

Leti lo miró muy serio.

—¿Está claro? —preguntó Nacho congelando su sonrisa.

Leti tuvo un ataque de asco y de náuseas.

 

© Guillermo Arquillos. 13-nov-22


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