SIEMPRE HA SIDO MEJOR QUE TÚ

 




SIEMPRE HA SIDO MEJOR QUE TÚ

 

Cuando se quedó en el paro, su hermana Marta consiguió que su padre, el viejo tacaño, despidiera al cuidador y contratase a Alberto. Le pagaba una ridiculez por empujar su silla de ruedas a todas horas y adelantarse a lo que pudiera necesitar:

—¿Quieres otro vaso de leche, papá? ¿Te traigo una manta para que estés más calentito?

 Alberto le sonreía, pero lo odiaba. Veía su cara de desprecio por no haber sabido conservar a su mujer:

—Tu hermana siempre ha sido mejor que tú —le repetía—. Además, su marido, Nico, también te da cien mil vueltas.

Entonces se reía para humillarlo:

—Algo le dará ese muchacho; algo que tú no le darías a tu esposa —le decía—. Si no fuera porque Marta me convenció, ahora estarías en las colas del hambre, que es donde deberías estar.

 Alberto se salía entonces a la terraza y calculaba que, desde la sexta planta, tardaría en caer unos dos o tres segundos. Quizá menos.

—Tengo muchas deudas, Marta —le había dicho a su hermana.

Ella le apretaba la mano y dejaba que se desahogase. Solo a ella le había contado que, desde que lo echaron a la calle, entraba todas las noches a los casinos de Internet: apostaba y perdía, jugaba y pedía dinero a unos desconocidos para seguir arruinándose y arruinándose. Ahora, los prestamistas le exigían que pagase antes del miércoles. En caso contrario, acabarían con él, con su padre e incluso con Marta y su marido.

 

 

 El padre, que tenía una enorme fortuna invertida en pisos que alquilaba, lo oyó gritar desde la terraza: hasta en el último momento tuvo miedo.

 —Marta —dijo el viejo—, deja de revolver en la cocina y sal a ver lo que está haciendo tu hermano. Creo que nos va a dar un disgusto, el muy desgraciado.

 Marta miró desde la terraza a la gente que se acercaba en la plaza a horrorizarse viendo el cuerpo destrozado de Alberto.

Sonrió.

«Ahora, por fin, yo soy la única heredera. Tengo que decirle a Nico que lo de prestarle dinero a este gilipollas, ha sido un plan perfecto. Ni siquiera ha sospechado quién le daba la pasta», se dijo. «Todavía tenemos un estorbo. Hay que pensar lo que vamos a hacer con el viejo…».

Y volvió a sonreír mientras los de la ambulancia ponían una manta sobre el cuerpo reventado de Alberto.

Desde los árboles cercanos, dos enormes cuervos esperaban tener una oportunidad.

 

© Guillermo Arquillos

25/10/2022

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