Nacho tiene ocho años
NACHO TIENE OCHO AÑOS (1100 PALABRAS)
—¿Quieres ju, jugar conmigo?
—dice.
Nadie responde.
—Anda, pa, papá, por favor, da,
dale… ¡Vamos a jugar jun, juntos…! —dice, con lágrimas en los ojos. Nacho, está
cansado de suplicar. Hoy papá no le hace caso.
A Nacho le gusta mucho jugar con
papá. Mamá se fue hace ya tres años. («Al cielo, Nacho, al cielo. Mamá ahora
está allí esperándonos para cuando lleguemos nosotros. Como nos quiere mucho, ha
ido a prepararnos la habitación. Y nos dará muchos besos y nosotros le llevaremos
flores y regalos. ¿No quieres darle besos a mamá?», le contaba el padre y Nacho
pensaba que sí, que quería darle un beso muy grande a su madre).
A Nacho le duele la cabeza cuando
intenta entender por qué mamá llegó ese día tan tarde para recogerlo de la
guarde. Por eso tuvo que conducir muy deprisa para llegar a casa, porque no
estaba la comida hecha. Él la esperó con una seño a la que le sudaban mucho las
manos y que hablaba por el móvil todo el rato:
—Yo también tengo críos. ¿Qué
culpa tengo yo? Mis hijos quieren que yo llegue pronto porque la chica que los
cuida es capaz de largarse a su casa y dejármelos solos.
Pero luego dio lo mismo que mamá
se diera prisa y condujera a toda velocidad: luego pasó lo del semáforo.
—Mami. ¡Está ro…! —dijo Nacho.
No pudo acabar la frase. El otro
coche chocó con el suyo por el lado izquierdo y aplastó la puerta del conductor
contra la madre, que murió en el acto. Del asiento goteaba sangre que caía en el
asfalto cuando acudieron los bomberos y estos se centraron en salvar la vida de
Nacho, que estaba en el asiento de atrás, en su silla, con un trozo enorme de
metal que había salido de algún sitio, clavado en ambos muslos.
—¿No quieres ju, jugar conmigo,
papá?
A lo lejos, se oye el graznido de
una gaviota. A Nacho le gustaba acercarse a la playa de la Malagueta con sus
padres y las toallas.
—¡Mira, mamá! ¡Mira que olas! Son
impresionantes. ¡Papá, ven conmigo y jugamos a saltar las olas!
Desde el día del semáforo, todo
es más difícil para Nacho. Ya no le gusta bajar a la arena porque la silla de
ruedas se le queda atrancada y necesitaría una especial. Ahora lo único que
practica con Mikel, que también está en silla de ruedas, es el baloncesto. Nacho
es rápido y estira y estira su brazo para agarrar la pelota del suelo. Es tan
bueno, que hasta puede recoger las monedas que le tiran los compañeros en el
patio solo para ver cómo se estira y reírse de él; pero a él no le importa que
se rían porque nadie puede hacer lo que él hace, sentado en su silla.
El papá de Nacho se ha dado un
buen golpe al caer. Nacho ha visto cómo se sujetaba el pecho con las dos manos
e iba al suelo.
Con mucha dificultad, el padre de
Nacho está sacando el teléfono móvil del bolsillo de la camisa. Se lo pone en
el pecho.
—Emergencias, Nacho —le dice
lentamente y con voz muy baja—. Emergencias…
Nacho no sabe qué pensar. Parece
que papá no quiere jugar con él. O quizá sea otro juego que él no conoce. Por
su cara, parece que le está doliendo algo.
«Quizá le duelen los pulmones. A
don Lorenzo, un maestro del cole, le dolieron los pulmones. Era porque fumaba,
el muy cochino. Y lo tuvieron que operar y todo. ¡Qué asco! Cuando te operan
los pulmones sale sangre seca por el pecho. Don Lorenzo se murió y es normal,
claro, porque yo también me hubiera muerto, con el asco que me da la sangre por
el pecho. A mi me da asco de la sangre porque me acuerdo de lo que se me clavó
en las piernas y me da asco. Y me acuerdo de la cabeza de mamá sangrando, antes
de que se fuera al cielo, y me da asco. Pero papá no esta sangrando. A lo mejor
le duelen los pulmones, como a don Lorenzo, aunque papá no fuma porque yo me
enfadaría con él, por cochino».
Algo se le clavó a Nacho en la
cabeza cuando el accidente. Tuvo mucho valor y fue muy fuerte y no se quejó, a
pesar de las operaciones de las piernas y la cabeza. Nacho es un campeón que no
quería ver llorar a su padre y sabía que, si se quejaba, su padre lo iba a
pasar muy mal.
—Y ahora que mamá está en el
cielo, ¿quién nos va a planchar y arreglar la casa, papá? —preguntó Nacho
cuando subían en el ascensor, de vuelta del hospital.
El padre no le contestó, pero
tenía la cara iluminada con una sonrisa. Al abrir la puerta de la casa,
empezaron a salir globos de colores y sus dos vecinos, Luisa y Marcos, estaban
en el piso, con sus padres, moviendo los globos para que todo estuviera alegre.
«Las paredes estaban alegres. Y
las lámparas y el suelo y los muebles… los muebles también estaban alegres. Y
en la pared había un cartel que decía “¡Bienvenido, supermán!”. Y yo era supermán.
Y, desde entonces, soy supermán», pensó Nacho.
De pronto, se fija en la cara de
su padre. Está pálida y el niño se asusta.
Mira a un lado, mira a otro, mira
al teléfono que su padre tiene en el pecho y se da cuenta de lo que tiene que
hacer: se acerca con la silla, se inclina y agarra el teléfono del pecho de su
padre al primer intento.
El teléfono pita. El icono de la
batería, que está rojo, empieza a parpadear. Pita de nuevo. Nacho comprende que
se va a apagar en un momento. No se puede equivocar al marcar. Como se sabe la
contraseña de papá, desbloquea el móvil. Vuelve a sonar el pitido de la
batería. Le tiemblan las manos y marca: 9-1-1, como en las películas.
Al otro lado del teléfono se oye
una voz:
—Emergencias, ¿dígame? ¿Qué le
ocurre?
Nacho le contesta:
—Mi papá no puede ju, jugar
conmigo, creo que le duelen los pul, pulmones, como a don Lo, lorenzo.
Y el teléfono se apaga por falta
de batería.
Antes de diez minutos, una
doctora y un enfermero están en el salón, tratando al padre del infarto que
acaba de darle y felicitando a Nacho.
—Chaval —le dicen—. ¡Estás hecho
un campeón!
Y Nacho se ríe a carcajadas,
mientras un hilo de saliva se escurre desde sus labios.
© Guillermo Arquillos
2022/10/06
Nota: En España el número de emergencias es el 112. Si marcamos el
911 en un móvil (por influencia del cine), el teléfono enviará su posición y el
sistema transferirá automáticamente la llamada al número 112.
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