Un pobre tonto

 



Un pobre tonto

Aquel día, hasta el viento se detuvo en Florence para intentar escuchar los gritos que salían de la comisaría. Aquellos dos tipos chillaban y chillaban al sheriff Garret como si fuera urgente detener una tragedia mundial. Y la vida en Florence se congeló.

Dicen que soy tonto, el más tonto del pueblo. Pero yo soy perfecto para mi trabajo y, como me paso el día limpiándolas, tengo llaves de todas las dependencias municipales.

Tomaba un refresco en la cantina del tacaño John, mientras sonreía al oír cómo estaban preparando el linchamiento de Kevin. Entonces vi a aquellos dos tipos del FBI que entraban en comisaría y pensé que lo mejor sería dar un gran rodeo para entrar por la puerta de atrás. ¿Qué le dirían al sheriff?

La gente estaba muy furiosa: la noche anterior habían encontrado a Kevin, el hijo menor de los Fuller, en un callejón, con las manos manchadas de sangre. Delante de él, con dos disparos, estaba el cadáver de Juanita Estévez, la chica más linda de Florence. Era guapísima, tenía el pelo largo, los ojos hermosos y siempre estaba sonriente. En Florence todos estábamos enamorados de Juanita. Por eso ahora había que acabar con Kevin.

Yo soy David y, ¿sabéis?, no soy tan tonto como dicen. Me conviene que lo crean y por eso los dejo meterse conmigo. Así puedo ocuparme de las cosas importantes. Y soporto toda clase de bromas. Lo que no me gustan son los desprecios del sangrón de Kevin, que está convencido de que es más que nadie, solo por llamarse Fuller.

De modo que, intrigado por la presencia de aquellos tipos, entré en la comisaría por la puerta de atrás. La abrí con mucho cuidado para no hacer ruido. Me sudaban las manos y tenía la garganta seca porque temía que alguien me sorprendiese.

Garret les estaba diciendo que había pruebas irrefutables contra Kevin. Ellos le gritaban que los Fuller habían movido los hilos para que interviniese el FBI. No se fiaban de un palurdo como él. Además, estaban seguros de que se estaba preparando un linchamiento. Ellos se harían cargo de la investigación y buscarían pruebas de ADN en aquel callejón.

«¡Vaya, hasta pruebas de ADN! Nunca me habría imaginado que en un lugar tan pequeño como Florence alguien pudiera tomar pruebas de ADN, como en las películas. Eso revelará quien mató a Juanita» —me dije.

 

Me quedaban solo cuatro. Una fue para cada uno de aquellos tipos, otra para el sorprendido sheriff Garret y la otra bala de mi pistola la guardé para el detenido, Kevin Fuller. Todos dicen que soy tonto, pero tampoco hace falta ser muy inteligente para usar una pistola con silenciador, como había hecho la noche anterior.

—¿Así que tú fuiste quien me mandó el mensaje para que acudiera a aquel callejón? —me preguntó Kevin.

Yo ya iba a disparar sobre él.

—Tuve que matar a Juanita y arreglarlo todo para que pareciese que lo habías hecho tú. No soporto que te burles de mí, Kevin, únicamente porque eres un Fuller. Si no hubiera intervenido el FBI, la gente del pueblo hubiera terminado linchándote.

—¡Eres tonto, David! ¿Para acabar conmigo tenías que matar a la pobre Juanita?

—Todos me llaman tonto. Si no podía ser mía, que no fuera de nadie.

Y levanté la pistola para matarlo.

 

 

Hoy estoy en la cárcel porque desprecié tres dólares. Bueno, por esos tres cochinos dólares y por cuatro asesinatos en primer grado. Volvería a hacerlo, podéis creerme. Volvería a intentar que Kevin fuera linchado por la gente del pueblo. Pero esta vez no me olvidaría de pagar mi refresco en la cantina del tacaño John, el que me siguió en busca de su dinero e impidió que disparase la última bala.

Y, desde entonces, Kevin se ríe de mí todos los días, como hacen los demás Fuller. Porque dicen que yo solo soy un pobre tonto.

 

© Guillermo Arquillos

Año 2022. Marzo, día 31


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