LOS RELOJES




LOS RELOJES

El interior de aquella iglesia era maravilloso. Y René, el anciano que nos la enseñaba, nos contaba a la vez anécdotas muy simpáticas. Estaba siendo una mañana muy especial.
Habíamos llegado temprano a aquel pueblo y la luz de las vidrieras, realzaba la belleza de las columnas, los arcos, el ábside y las capillas. A Carla y a mí nos parecía increíble que en un pueblecito perdido del norte de Francia pudiera haber un edificio tan artístico.
También nos fijamos en aquellos botes de cristal: en una de las capillas había varios frascos transparentes con distintos contenidos. En uno había anillos, la mayoría de oro; en el segundo había monedas antiguas; en otro había algunos papeles y en el último había dos relojes de bolsillo, de los que usaban los caballeros a principios del siglo XX.
Nos extrañó encontrarlos en una iglesia. Al notar nuestra sorpresa, René nos comentó:
—Este es el fondo de ayuda que los matrimonios del pueblo hacen a las personas que pasan por momentos de gran dificultad económica.
—¿Una ayuda para gente en apuros? —preguntó Carla—. ¡Qué curioso! Nunca había oído hablar de esto.
—Este fondo se usa para ayudar a quienes pasan verdaderas dificultades: una casa que se derrumba, una grave enfermedad que impide trabajar, una época de hambre… entonces el pueblo vende parte de estos bienes y ayuda a quien le hace falta.
—¡Qué interesante! —dije yo— ¿Y son los matrimonios quienes aportan estos bienes?
—Eso es, amigo mío. Cuando mueren los dos miembros del matrimonio, se entrega al fondo el símbolo del amor que los ha unido durante toda la vida: lo que para ellos ha sido lo más importante y valioso. Por eso hay alianzas, arras y escrituras de pequeñas posesiones: un huerto, una casita donde quizá el matrimonio ha sido feliz muchos años…
—¿Y los relojes, René? ¿Por qué están aquí si no tienen ningún valor? Las tapas y las cadenas son de latón…
René sonrió y nos dijo:
—Al contrario, al contrario. Los relojes representan lo más importante que se pueden intercambiar dos personas que se aman. Lo esencial que podemos compartir con las personas que queremos es… nuestro tiempo.
Nos quedamos en silencio. Pensábamos en las palabras de René.
—El tiempo. ¡En él ponemos el corazón! Dedicamos tiempo a lo que consideramos fundamental en nuestra vida. Si el centro de nuestra vida es el amor, a la persona amada le entregaremos todo el que dispongamos. Pasaremos días en vela cuidándola, saludaremos cada día como una oportunidad nueva para madurar con ella y, al final de la vida, podremos decir: yo quise a mi marido o a mi mujer porque le entregué cada segundo de mi existencia. ¿No os parece?
Carla y yo nos miramos.
—Cuando alguien tiene dificultades —continuó René—, todos los vecinos le regalamos cada instante de nuestro día a día para que pueda salir adelante.
—¿Y hace mucho que están aquí estos relojes?
—Desde que murieron mis padres, amigo mío. Porque el tiempo fue el regalo que ellos se hicieron durante toda su vida. Y mi tiempo es el obsequio que yo os hago ahora a vosotros al explicaros su significado.
Sonaron las diez en la torre de las campanas.
—No puede haber un regalo más importante que dedicarle nuestro tiempo a los demás —nos dijo René con su permanente sonrisa.
Desde aquel día yo llevo un reloj de mujer en mi muñeca, el que me regaló Carla. Y ella uno de hombre, el mío.
Y, a todos los que nos preguntan les explicamos que el tiempo que nos dedicamos mutuamente es el verdadero símbolo de nuestro amor.

© Guillermo Arquillos
Año 2022. Abril, día 14.

Comentarios

  1. Me encanta el relato, sin duda nuestro tiempo es lo más valioso que poseemos porque no se puede recuperar. Cuando lo damos estamos ofreciendonos a la otra persona. El amor se mide en el tiempo que invertimos e invierten en nosotros. Felicidades!!!!!

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  2. Muchas gracias, María José. Desde luego que es así. Gracias por leerte y me encanta que te guste.

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