La caza (Parte II DE 2)

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La caza (parte II)

 —Fue horrible, señor. Ya lo creo. Horrible.

El guarda sujetó con fuerza su gorra, apretando la visera. Harris no apartaba su mirada de aquel hombre.

—Vi cómo los salvajes lo cazaron.

A continuación contó cómo habían salido decenas de nativos desde la selva y cómo aquel hombre ya no pudo atravesar el río porque estaba herido. Tenía toda la ropa manchada de sangre y le gritó para explicarle que estaba allí para cazar de forma ilegal. 

—Me pidió ayuda, pero yo no pude socorrerlo sin poner mi vida en serio peligro.

El guarda ahora hablaba pausadamente.

—De repente, uno de los aborígenes gritó. Aquello era una señal: lo acribillaron con sus flechas y terminaron arrastrando su cuerpo muerto entre la maleza. Como si fuera un animal. Si no cruzaron el agua, fue porque conocen bien que la magia de nuestros palos de fuego les impide pasar.

Harris quedó pensativo unos instantes.

—¡Pobre hombre! —dijo sin alterar su rostro.

—A estas horas, señor, se lo estarán comiendo. Ya lo creo, señor, medio crudo, como …

—…¡No hacen falta los detalles! —gritó Harris—. Ya conozco sus costumbres.

Al guarda se le iluminó el rostro cuando dijo:

—En fin, señor. Espero que se acuerde de que el cazador iba a hacer algo ilegal. Algo muy grave. Y yo tengo familia…

Harris torció la boca en una mueca que simulaba ser una sonrisa. Sus palabras no llegaban a ocultar la repugnancia que sentía por el funcionario:

—Es cierto, es cierto... Bien, no hay nada que no pueda arreglarse con un poco de comprensión.

—¡Oh!, sí, señor, ya lo creo. Un poco de comprensión resolverá todo este asunto. El comandante Dos Santos no debería enterarse de nada. ¿Sabe? —Sonreía con los labios un poco torcidos mientras hablaba—. Nuestro superior, el comandante, siempre insiste en la importancia de las leyes que protegen la fauna salvaje.

—Bien, bien… Ahora debo ausentarme durante unos minutos —dijo Harris con decisión—. Estaré de vuelta en cuanto me sea posible. Alessandro, por favor, acompaña a este caballero hasta mi vuelta —dijo al empleado que estaba en la sala con ellos. Y se fue con paso decidido.

Mientras esperaba, el guarda se sentó y fue paseando su mirada por aquel amplio salón. Nunca había visto tanta riqueza. A los maravillosos cortinajes, mármoles, cuadros, lámparas y espejos había que añadir el enorme jardín que se veía a través de los ventanales. Estaba muy cuidado. Al fondo, se divisaba lo que parecía ser un laberinto vegetal y una especie de enorme bosque. Todo ello dentro de los muros de la hacienda.

Quizá pasó una hora. El hombre se aburrió. Pero Alessandro no cruzó con él ni una sola palabra durante aquel tiempo.

De repente, regresó el Sr. Harris con dos amigos. Se quedaron de pie. Uno de ellos era un desconocido para el guarda. Éste abrió bien los ojos mientras se incorporaba. Le resultaba increíble, estaba asombrado: junto al señor Harris y a aquel extraño, estaba el comandante Dos Santos, su superior.

Se cuadró.

Dos Santos sonrió e hizo un gesto desganado, algo parecido a un saludo militar.

—Alessandro, por favor —dijo Harris—, ¿puedes traer el material que está preparado?

—De inmediato, señor —contestó este. Y abandonó la sala.

—Bien, caballero, creo que es conveniente que conozca la situación con detalle —dijo Harris.

El funcionario no comprendía a qué venía todo aquello.

—El hecho de que usted haya llegado a mi hacienda y haya visto lo que ha sucedido con cazador nos coloca, a mis amigos y a mí, en una situación, digamos… incómoda.

Alessandro volvió a entrar en la sala. Traía varios arcos como los que usaban los nativos, con unas cuantas flechas.

—El encargo que tenía el cazador era traer vivo a un salvaje —sonrió Harris—. Esta noche, íbamos a jugar todos a cazarlo. Lo íbamos a perseguir en mi bosque, dándole alguna ventaja, por supuesto. Nos gusta el deporte justo y, por descontado, tendría una oportunidad para luchar por su vida. Nuestras armas serían estas: unos arcos y unas flechas iguales a los que ellos emplean. Él podría correr, huir y esconderse durante sesenta minutos. Pero, ahora, fíjese qué contrariedad, ya no puedo agasajar a mis invitados según el plan previsto.

Los tres hombres clavaron sus ojos en el rostro del funcionario.

—Nosotros, en cualquier caso, vamos a tener nuestra diversión. Por cierto —hizo una pausa—, no admito su chantaje. De ninguna manera. El comandante Dos Santos, aquí presente, está de acuerdo conmigo.

Hizo un gesto con la cabeza hacia el oficial y, con una sonrisa, añadió:

–Le daremos cinco minutos de ventaja. La caza empezará dentro de cinco minutos exactos. Huya. Le damos la oportunidad de que luche por su vida durante una hora.

Y añadió:

—Usted será nuestro trofeo. Márchese, escóndase por el bosque. Será divertido.

Alessandro abrió un ventanal. Dando un salto, el guarda echó a correr hacia los numerosos árboles que había dentro de aquellos inmensos jardines.


© Guillermo Arquillos

Años 2022. Febrero, 18


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