Despilfarrador y tacaño

  


Despilfarrador y tacaño
 
Nadie había tenido nunca la menor estima por Mr. Thomas. Cuando desapareció, solo lo echó de menos su hijo Marcus. Y, puesto que había una nota de suicidio, el juez determinó que se acortaran los plazos y que el único heredero, Marcus, se hiciera cargo temporalmente de la administración de todos los bienes, en espera de que apareciera el cuerpo del suicida: de la enorme hacienda, de las tierras y de las rentas que producían todas las propiedades (unas cincuenta mil libras anuales).

Aunque Marcus no era el propietario real, ya usaba aquel dinero que un día sería suyo. Era asombroso, insólito, que no se encontrara el cuerpo, más aún, habiendo dejado Mr. Thomas una carta de despedida escrita sin duda por su mano y con su firma y rúbrica verificadas.
Marcus, al contrario que su padre, era un joven alocado, juerguista e inclinado al despilfarro. Pero esta conducta principal tenía un carácter intermitente, puesto que había temporadas en que se encerraba en el enorme caserón, economizaba todo lo posible y pasaba a ser un insufrible tacaño.

Sus amigos odiaban estas épocas de celo ahorrador. Estaban acostumbrados a que Marcus gastase con ellos y para ellos cientos de libras en los garitos y prostíbulos de Stockport, la industriosa ciudad cercana. Allí estaban las chicas más bonitas de toda Inglaterra.

En aquella enorme casa, Marcus vivía acompañado por un joven pariente, William, de poco más de veinte años, a quien le hacía la vida imposible. En particular, la excentricidad de Marcus llegaba incluso a recluirlo y prohibirle su salida, en las épocas en que tenía episodios de tacañería, bajo amenaza de retirarle su escasa asignación mensual.

Durante aquellos frecuentes días de encierro, William se dedicaba a explorar todos los rincones de la hacienda. Posiblemente llegó a ser la única persona que la había recorrido por completo. Su lugar preferido era la enorme bodega del sótano.

Y así, despilfarrador y tacaño, transcurrían para Marcus los meses, las estaciones y los años.
Cuando pasó el tiempo previsto en la ley, Marcus se convirtió, por fin, en el legítimo propietario de aquellas riquezas.

Y entonces empezó todo.

Una noche oyó algo parecido al ruido de unas cadenas que se movían por el pasillo, pero, al asomarse, no pudo ver nada fuera de lo normal.

A la semana siguiente, desde su dormitorio, consiguió distinguir por un momento la sombra de un hombre con capa que corría por el tejado del ala norte, pero no logró ver por dónde desapareció.

Tres noches después, al volver de una de sus juergas, Marcus encontró una nota encima de su cama. Al leerla, comenzó a sudar y a temblar. Sus ojos se clavaron en aquellas palabras. Nadie supo a qué se refería cuando gritó: «¡No es posible, no es posible!»

Y bajó corriendo a la bodega.

Alguien había abierto un enorme hueco en el muro del fondo. Era uno de los pocos lugares en que no había estanterías repletas de carísimas botellas de vino.

El pánico se adueñó de Marcus cuando vio, cerca de la oquedad, una mesa con una vela. La encendió y quedó perplejo: alguien había redactado una nota de despedida. Tenía una letra idéntica a la suya, con su firma y su rúbrica: era la carta de su propio suicidio. Alguna persona, viva o muerta, la había escrito por él.

Entonces, lo golpearon en la cabeza y perdió el conocimiento.

Cuando despertó, no se podía mover. Lo habían atado de pies y manos y tenía un objeto en la boca que le impedía hablar, pero no respirar. Estaba en un minúsculo cubículo, alumbrado por la luz de una pequeña vela que tardaría escasos minutos en apagarse definitivamente. Olía a vino.

En ese momento, el joven William sonreía en el dormitorio, mientras quemaba la nota que había quedado sobre la cama. Solo tenía escritas cuatro palabras: «Pagarás lo que hiciste».
En la bodega, horrorizado, Marcus veía los huesos del cadáver de su padre. Entonces supo que William los había encontrado durante aquellos tristes días en que no lo dejó salir. En aquel momento lo comprendió todo.

Y la pequeña vela se consumió.

© Guillermo Arquillos

Año 2022. Febrero, 8

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