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Mostrando entradas de septiembre, 2024

LA TAPIA DEL CEMENTERIO

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  LA TAPIA DEL CEMENTERIO                  Los primeros gallos del día todavía se estaban despertando. «Ya es la hora de los fusilamientos», se dijo Elías. Vestía un luto pobre de camisa remendada y pantalón grasiento. Salió, sin ninguna prisa, camino del cementerio. En su mano derecha, el mechero de su padre, el que le traía suerte. El reloj avanzaba despacio, casi dormido, mientras que el aire, por una vez, había olvidado el calor sofocante que asfixiaba al pueblo. Era la estación del año en la que sudan los calendarios; pero, desde lo del establo, un terco escalofrío helaba las entrañas de Elías. Algunos vecinos arrastraron sus pies hacia las tapias, formando una procesión silenciosa, solo iluminada por las brasas cabizbajas de los cigarrillos. Allí los esperaban los soldados del dictador. Para unos pocos, aquello era simple justicia. Pero Elías apretaba los puños y los dientes cuando pensaba en la resignación de la gente ante los crímenes. Su corazón se había embrutecido

El favorcito

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  EL FAVORCITO     E l lunes, a primera hora, el director llamó al becario a su despacho; lo estaba esperando. Apenas se sentó, el hombre comenzó a hablar: —Así que, Genaro, tú eres… —Perdone, señor, pero me llamo Gerardo —dijo el chaval torciendo el gesto. El director se quedó en silencio, mirándolo a los ojos y sonrió. Era la sonrisa que el chico había visto tantas veces en los encargados; siempre lo trataban como si fuera invisible. —Eso es, ¡Gerardo! No te imaginas cuántas cosas tengo en la cabeza. Gerardo asintió: —Comprendo, señor. El chico leyó en el rostro del jefe cierta incomodidad. «Está sentado en ese lado de la mesa, con sus canas, su traje a medida y sus millones; no necesita la comprensión de un mosquito como yo», pensó. Pasaron unos segundos en los que ambos se miraron a los ojos. Se escuchaba el zumbido del aire acondicionado; de la calle llegó el eco de una sirena que se alejaba. —De modo que te gustaría quedarte en la empresa