Los amantes D’Anuay
Los amantes D’Anuay
Estimado lector:
Los acontecimientos que pongo en tus manos, aunque muy crueles,
son tan verdaderos como el hecho de que el sol, cada mañana sale por el Este o la
veracidad de Nuestro Señor Jesucristo que los buenos cristianos leemos en los
Santos Evangelios.
Cuéntase en nuestras ciudades y villas de Francia, que la muerte de los últimos templarios, ordenada por su majestad el rey Felipe, a quien Dios tenga en su gloria, sucedió la misma noche en que sus tres nueras eran infieles a sus maridos en la torre de Nesle. Desde allí, refocilándose con sus amantes, pudieron contemplar cómo ardía el cuerpo de la postrera autoridad de la orden del Temple, Jacques de Molay, quien maldijo a los responsables de tamaña iniquidad. Los tres, el papa, el rey y su ministro, convocados ante el tribunal de Dios para el plazo de un año, murieron puntualmente tal y como él los había emplazado.
La muchedumbre esperaba que Jacques de Molay, que ya era, a la sazón, un anciano de sesenta y nueve, suplicara clemencia a su Majestad el rey Felipe, llamado el Hermoso. Pero el religioso se sabía inocente de los cargos de brujería que se le imputaban. Él estaba cierto de que lo que deseaba el reino de Francia era apropiarse de las riquezas de la Orden y decidió acudir a la llamada de la hoguera con la dignidad propia de un hombre santo.
Yo te prevengo, amigo lector, si tienes ojos en tu cara y si tienes sesos en tu cabeza, que no hay secreto, por bien guardado que tú lo creas, que no llegue a saberse.
Estos, suplicaban, lloraban, se arrepentían, rogaban, apelaban, gritaban… Cuando llegaron al cadalso donde los verdugos tenían preparados los suplicios, se abrazaron como dos chiquillos. El pánico no les permitió contener sus vejigas. La gente profirió alaridos y risas cuando vio cómo se mojaban sus entrepiernas. Se mofaban y hacían continuos chascarrillos sobre cornamentas. Utilizaban palabras soeces y toda clase de burlas para referirse a los amantes y las infantas.
Comenzó el tormento.
Querido lector: Permíteme que no te detalle pormenorizadamente el modo de proceder con los condenados antes de que Dios misericordioso se apiadara de ellos y los hiciera morir. No quiero hacer un relato minucioso del postrero padecimiento de aquellos jóvenes. Debe bastarte conocer que le fueron extirpados los genitales, dejándolos que se fueran desangrando; que fueron despellejados vivos con instrumentos especiales; que todos los huesos de sus cuerpos fueron machacados y aplastados con mazas de particular consistencia y que, finalmente, sus cuerpos fueron despedazados y desmembrados, deshechos por la fuerza de caballos a los que ataron sus extremidades. O lo que quedaba de ellas.
Nunca se ha visto una escena más cruel en todo el reino. Los verdugos se guardaron muy mucho de que fueran conscientes en todo momento del trato que soportaban, sin perder el conocimiento. Jamás se ha visto tanto sufrimiento. En el resto de tus años, no podrás imaginar los pormenores de una crueldad tan enorme como la que sufrieron los vanidosos e incautos amantes.
Que nuestra Señora, Notre Dame Sous-Terre, interceda por mí ante el Redentor, para el día del postrero juicio.
André Laure, Abad de Monte Saint-Michel, por la gracia de Nuestro Señor, desde el año de mil y cuatrocientos y ochenta y tres, a partir del nacimiento del nacimiento de Cristo.
Guillermo Arquillos
Año 2022. Enero. Día
11.
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