Los zapatos mágicos (versión publicada por el periódico Ideal)

 

Los zapatos mágicos

                   

Los zapatos mágicos son poderosos cuando se colocan las luces del belén, pero casi todo el año están dormidos en el armario, preparándose para las próximas Navidades. Hoy los han puesto en el salón.

A la familia de Lou le gustan mucho, aunque todos creen que solo sirven para decorar, como los calcetines de Papá Noel. Pero ella sabe que si les pides un deseo muy fuerte, muy fuerte, con los ojos bien cerrados y apretados, los zapatos mágicos te lo concederán.

 

El coche de papá ha pinchado cuando venía del trabajo.

«¡Vaya, qué desgracia más grande y más desgraciada! Papá necesita sus pastillas para no morirse, se le va a hacer tarde» —piensa Lou.

Y encuentra la medicina de papi y, cuando nadie la ve, la coge y se pone el abrigo verde, el gordo. Como ya llega al pomo de la puerta, sale y la deja entreabierta, para no hacer ruido.

***

Aunque ha dejado de nevar, sopla un viento que atraviesa la piel, la carne y los huesos de Lou. La niña nunca ha tenido tanto frío. Hay nieve por todos sitios: en los tejados, en los coches, en las aceras.

«¡No! —piensa la niña—. No puedo ir en busca de papá. Me falta lo más importante».

Entra corriendo en la casa, va al salón, se sube en una silla y descuelga de la pared los zapatos mágicos, tan bonitos, con su letra L haciendo un pequeño relieve en la suela del izquierdo. La letra L de “Lou” que tanto le gusta a la niña. Y la otra, la que no conoce, en el otro zapato.

Lou cree que su padre estará cerca del parque pequeño. Y, tiritando, va hacia aquellos jardines. Papá no está allí, pero ella, que va a salvarle la vida, agacha la cabeza contra el viento y sigue avanzando por el parque.

El frío va atravesando el abrigo y los pies de Lou. Entonces se acuerda de que los zapatos mágicos son más calentitos que las zapatillas que lleva. Se sienta en un banco del paseo central y se los pone.

Y le pide a la magia de los zapatos el deseo de encontrar pronto a papá para que pueda tomarse su medicina, sigue andado y sale por la otra puerta de la verja de los jardines.

***

Lou se ha perdido. Está muy lejos, «a cientos de kilómetros de casa. A miles de kilómetros o más». La cara colorada de la niña anuncia que va a pillar un resfriado “de los gordos”.

Papá no aparece.

Cuando Lou empieza a llorar, porque se sabe perdida, las lágrimas comienzan a congelarse por su cara. Sus lágrimas y sus mocos.

Y se sienta en el suelo, sobre la nieve. Ya no puede seguir andando más.

«¡Vaya, qué desgracia más grande y más desgraciada!» —piensa Lou.

Ya no tiene fuerzas ni para llorar. Ha andado mucho sobre la nieve. Solo tiene ganas de dormir. Tiene mucho sueño. Está tiritando sin parar. Se deja caer sobre la nieve… y cierra los ojos.

«Zapatos mágicos, haced que vea a mi papá» —dice con un hilo de voz.

Ahora Lou no se mueve.

***

Todos los vecinos estuvieron buscando a Lou desde que se dieron cuenta de que había desaparecido. El padre, que llegó un buen rato más tarde de lo previsto, estaba muy nervioso, fuera de sí. Se sintió responsable de lo que le pudiera haber pasado a la niña cuando vio que faltaba su caja de medicinas contra el colesterol y comprendió que la cría la tenía que haber cogido.

La madre de Lou no paraba de llorar porque se culpaba de que la chiquilla se hubiera escapado mientras ella estaba en la cocina.

Solo la abuela mantenía cierta calma: «No os olvidéis de buscarla en el parque pequeño, el que tanto le gusta». Imaginaba que podía estar allí.

Pasó un rato hasta que consiguieron encontrar a alguien que les abriera la verja del parque, pero la cría no aparecía. Algunos llegaron a desconfiar de que fueran a encontrar con vida a una chiquilla tan pequeña.

El padre de Lou, llorando, encendió la linterna del móvil y empezó a alumbrar el suelo por ver si se había caído algo de la niña en el paseo central del parque, por donde solía jugar y correr muchas veces.

Y, entonces, se fijó: encima de la nieve había dos letras, una pequeña R y una pequeña L, que parecían grabadas con algo que se clavaba en ella. Y más adelante otras y otras y otras. «¡Dios mío, son las marcas de los zapatos que tanto le gustan a Lou, el derecho y el izquierdo. Debe de haber ido andado con ellos puestos y ha quedado su rastro sobre la nieve!».

Fue como un milagro: los vecinos siguieron las huellas y, más allá de la otra salida del parque, a cientos de kilómetros o miles de kilómetros o más, encontraron el cuerpo de la niña todavía con algo de vida.

                                                                                                                   

Y los zapatos hicieron su magia: el prodigio en el que cree Lou. Y es que son muy poderosos cuando se colocan las luces de Navidad y en la casa hay un niño que sabe que son mágicos. Aunque los adultos crean que solo sirven para decorar.

«¡Vaya, qué ignorancia más grande y más ignorante!» —piensa Lou, a menudo, desde entonces.

Guillermo Arquillos

Año 2021. Noviembre, 29

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Chispas

A, DE ASESINO

O, de odio