El mensaje y la manzana
Chesire (Manchester), 7
de junio de 1954.
Estimado amigo Norman:
Cuando puedas leer estas líneas, yo ya habré muerto. Sé que
esta noticia te causará un disgusto, que supongo serio, porque conozco que me
aprecias sinceramente. Sin embargo, estoy convencido de que no tengo más
remedio que actuar como lo hago. Mi vida, si es que a esto que tengo se le
puede llamar vida, se ha convertido desde hace dos años, en un arrastrarse a la
espera de nuevas depresiones cada vez más fuertes. Ya no puedo más.
Tú conoces algunos detalles de mi historia, porque me has
oído contártelos y te habrás hecho una idea de que no soy una persona
convencional. Yo mismo me reconozco como un bicho
raro y no me avergüenzo en absoluto de serlo: esas peculiaridades mías son, en realidad, mis señas de identidad.
¿Te he dicho, por ejemplo, que aprendí a leer yo solo, que
nadie me enseñó? ¿Te he contado que a los diez años ya entendía libros
avanzados de biología de los que deduje que el cerebro humano actúa como una
máquina? Sí, Norman, estoy convencido de que se pueden construir máquinas que
lleguen a pensar como lo hacemos
nosotros.
Toda mi existencia la he entregado a mi formación y a la
resolución de problemas que puedan salvar vidas. Y eso es lo que hicimos en Bletchley Park. Estuvimos alejados del
mundo y nadie oyó hablar de nosotros. Tuvimos que trabajar muchos días y largas
noches para modificar la máquina polaca que fue la base de la que yo llamé Christopher. Con su ayuda, conseguimos
romper las claves de cifrado a los mensajes del ejército nazi y desde aquel
momento supimos el lugar donde se iban a producir los ataques.
Una vez acabada la guerra, por razones de seguridad nacional,
nos hicieron destruir todo nuestro trabajo. Había sido duro: muchos días habíamos
tenido que asumir el papel de Dios, decidiendo qué acciones enemigas
revelábamos a los aliados y cuáles no. De esta manera, los alemanes nunca
perdieron la confianza en su máquina Enigma: hubo que sacrificar muchas vidas
para que no sospecharan que conocíamos sus movimientos y terminaran cambiando el
método de cifrado de sus mensajes.
Después de todo aquello, Norman, no sé si conoces en lo que
seguí trabajando: intentaba resolver nuevos retos matemáticos y quería construir
una máquina universal que pudiera solucionar cualquier problema que se le
plantease. Es mi trabajo como matemático e ingeniero.
Desde el primer momento supiste que soy homosexual. ¡Qué
hipocresía la de la sociedad inglesa! En el ambiente de Cambridge y en Estados
Unidos, esto ya no es nada sorprendente: cada uno vive y manifiesta las
inclinaciones que tiene, sin tapujos, con libertad. Pero aquí las leyes nos
consideran un peligro social, una
amenaza: somos delincuentes.
Fui a denunciar que habían robado en mi casa, entré en
comisaría confiado en el sistema. Y salí acusado del horrible delito de ser
como soy. Mi proceso duró más de once meses y me hicieron elegir entre ir dos
años a la cárcel o las inyecciones hormonales: la castración química.
Norman, ¿cómo podría seguir trabajando en mi proyecto de una
máquina que replique el pensamiento humano desde la celda de una prisión? Tuve
que elegir el tratamiento.
Nunca calculé que todo esto iba a ser tan duro. ¿Sabes? Me
han crecido pechos, he engordado muchos kilos, estoy constantemente deprimido,
me vigilan cada instante de mi vida para ver con quién me relaciono, cuáles son
mis amistades, con qué personas hablo. Seguramente, amigo, a ti también te
habrán investigado aunque no lo imagines.
Peor aún: me han desacreditado ante la comunidad científica por ser como soy, como si todo se
redujera al resultado de una elección propia: muchos opinan que he decidido ser homosexual, un peligro para
la sociedad. Y piensan: “Si Alan Mathison Turing, que es un invertido, dice
que las máquinas pueden pensar, entonces es que no pueden”.
¡Es ridículo, Norman, ridículo! Si no fuera tan trágico, si
no me hubieran desagarrado por dentro, me reiría de ellos. Bromearía sobre una
ley que me obliga a no poder ser como soy. Te juro que he intentado superarlo,
ignorar lo que me rodea y centrarme en mi trabajo.
Esta tarde he estado volviendo a leer el cuento de
Blancanieves: me gusta pensar que alguien se puede aislar de quien ha decido
hacerle imposible la vida. A pesar de todo, créeme amigo, yo ya no puedo más.
Yo no tengo más lágrimas.
Voy a cenar justo lo que necesito, será mi última cena: una
manzana que me impedirá seguir sufriendo como lo estoy haciendo. Me ayudará el
cianuro con el que la he impregnado.
Dile a mi madre que la quiero.
Saludaré a mi amigo Christopher de tu parte. Estoy seguro de
que, si hubieras llegado a conocerlo, te hubiera caído muy bien. Era una gran
persona. Creo que, siendo unos niños, estuve enamorado de él.
Un abrazo, Norman, nos veremos.
Tu amigo Alan.
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Guillermo Arquillos
Año 2021. Diciembre, día 29.
.
Nota: el sueño de máquina universal de Turing está en la
base de lo que hoy llamamos ordenador.
En su estatua, cerca de Manchester, hay un mensaje cifrado que nadie ha logrado
desencriptar. Una leyenda urbana dice que el símbolo de Apple, una manzana
mordida, es un homenaje a la que cenó Alan Turing y con la que se suicidó. Fue
su última cena.
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